miércoles, 25 de mayo de 2011

Laura y Murakami


Al mediodía el sol brilla sobre Bonn y el cielo permanece sin nubes. Un día esplendido de otoño. Giro por la Kennedyallee y entro a la Europastrasse. Las hojas de los árboles ya están pensando en el largo invierno que se avecina y están dedicadas a absorber toda la savia posible para dormir el frío que caerá sobre la ciudad. Hojas doradas, rojas, amarillas y naranjas caen girando en el aire a un suelo que se transforma en hogar de sus olvidos. Estaciono el carro frente a los edificios de apartamentos de la Amerikanische Siedlung, que fue construida en 1950 por los americanos para albergar a los miembros del gobierno enviados a Alemania. Los alemanes los renovaron y ahora viven extranjeros, sobretodo, funcionarios de las Naciones Unidas. Nuestro apartamento queda en el segundo piso y es grande y espacioso. Tiene ventanales que dan a los jardines llenos de árboles, flores y extensos prados. El barrio parece más bien un gran parque con casas grandes. Me encanta vivir acá.
Subo las escaleras de dos en dos. Casi que corro. Desde que llegó Laura mi ánimo está de fiesta. Y yo feliz, feliz. Laura ha regresado aunque sea por un par de días. ¡Qué delicia! Cuando salí de casa todavía dormía. Estaba con las cobijas hasta las orejas. Entré a mirarla y por un par de segundos sólo disfrute del placer de saber que está tan cerca de mí. La casa está sola a estas horas: mi esposa en el trabajo y mis hijos en la universidad. Abro con afán la puerta y entro al recibidor donde me quito los zapatos, dejo la chaqueta y el saco colgados en la percha. Todo está en silencio y el aire que entra por la puerta abierta del balcón deja correr el fresco olor de la naturaleza que se ha vestido de otoño por toda la casa. La puerta que lleva a los cuartos permanece cerrada. Será que Laura sigue dormida. Me dirijo a la biblioteca para dejar un par de libros que he comprado en la Librería para mis clases en la U. La Librería está especializada en literatura española y está ubicada en el centro de Bonn en la parte antigua donde en las noches se desarrolla la vida alternativa de la ciudad. Hay bares, discotecas, librerías de izquierda, estudios de tatuajes, almacenes que venden ropa hecha a mano, también hay zapaterías donde se puede uno mandar a hacer zapatos Budapest, clásicos de puro cuero hechos a la medida. El centro está habitado por estudiantes, viejos pensionistas y muchos turcos. Me gusta el ambiente que se vive en las calles de casas de finales del siglo XIX que se asoman curiosas sobre los pasantes que por acá no van afanados al trabajo o alguna cita, sino que caminan con calma y disfrutando del momento.
Me acerco y desde atrás del sillón de cuero sale una voz que pregunta ¿Eres tú? Qué fácil es hacerme feliz. Sólo es oír su voz y por mi sangre galopa la dicha desbordada. Hola, le contesto, pensé que seguías dormida. Voltea la silla y me mira con su sonrisa de siempre. Mis ojos se achinan de contento. Tiene un libro en la mano. No puedo dejar de notar que lleva un saco de cachemir color café suave y que deja entrever su pecho y unos jeans azules desgastados. Me pregunto cuánto habrán durado los trabajadores raspando la tela para darle ese aire de vejez descuidada pero, a la vez, una sensación de yo los uso porque para mí el dinero no tiene importancia. Tiene los pies descalzos. Me mira con ojos que dicen que sabe en qué estoy pensando. Frente a ella siempre noto que mi fuerza es igual a la suma de todas mis debilidades. Para ganar tiempo le pregunto que qué lee. Cierra el libro que tiene en las manos y me muestra la portada. IQ84. Se burla de mi cara de tonto sorprendido y me suelta en la cara con su voz dulce y seductora “Murakami” No puedo dejar de asociarlo con la palabra Kawasaki. Pero obvio estamos frente a un gran escritor que no he leído. Me mama leer, hacer, pensar y disfrutar de lo que en el momento está de moda. Esa sensación de no saber si sólo soy un borrego que sigue lo que está in o si de verdad es que me llega al alma, me impide hacer lo que todos hacen. No sé si es mi ego que no quiere dejar de ser el centro del mundo o una forma sensata de preservar mi individualidad. Haruki Murakami, repite, no me digas que no lo conoces. Tú sabes que no voy a cócteles le contestó para ganar tiempo y dominar mi desconcierto y vergüenza de ser pillado en ignorancia.
Pues este señor es lo máximo y tú que posas de culto deberías leerlo. Es puro humor y surreal a la vez. Además escribe sobre el amor, la soledad y el ansia de ser amado. Muchas novelas suyas tienen además temas y títulos referidos a una canción en particular, como Dance, Dance, Dance (de The Dells), Norwegian Wood (los Beatles), y South of the Border, West of the Sun (La primera parte es el título de una canción de Nat King Cole). Esta afición -la música- recorre toda su obra. Tonto mío, cuándo dejaras ese orgullo tuyo y disfrutaras de las cosas sin pensar tanto. Estoy colorado por dentro. Confuso como me pasa cuando me siento cogido in fraganti. La verdad es que no entiendo por qué soy como soy. Pero callo y la miro con una sonrisa que pide a gritos que me de una tregua.

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