martes, 11 de diciembre de 2012

Charla con Laura














-En el amor es como con el cometa Halley que pasa cada setenta y seis años y es posible verlo desde la Tierra por un momento. Si tú no sales en el instante, la hora y el día exacto en que es visible, sólo lo podrás volver a ver dentro de 76 años. Lo que te quiero decir es que ella se perdió la oportunidad de ver el cometa Halley que pasó por su vida. Tú ya me entiendes- me dice Laura a través del teléfono.

Sí que la entiendo, pienso mientras miro la nieve cubriendo de blanco el jardín. Me encanta ver el frío de la calle mientras estoy protegido detrás de la ventana en el calor de la casa. Laura me ha llamado desde París para avisarme sin preguntar que viene a visitarme. Después de casi dos años sin hablarnos, regresa a mí. Como el cometa Halley, pienso y sonrío.

-Sabes que siempre leo lo que publicas. Me gusta pensar que todo lo que escribes es pensando en mí como antes lo hacías. Ya sé que no es así, pero me gusta sentirlo así. Me di cuenta de que ahora último tus escritos han regresado a la tristeza, a la soledad. Me imagino que alguna ella te tiene así. Te conozco como si hubieras sido mío toda la vida. Es más creo que aún eres mío. De alguna manera el amor entre los dos nunca ha dejado de existir. Bueno, este fin de semana viajo a Colonia y nos podemos encontrar y charlar de los viejos buenos tiempos y de los nuevos difíciles tiempos.

Esta es Laura directa, clara y transparente. Al pan pan y al vino vino. Por eso me gusta desde hace tantas vidas. A mi cuerpo lo recorre una ola cálida de agradecimiento, de ternura. Me siento querido y protegido. Laura viene a verme. Y yo voy a ir a verla. Nunca dejaré de amarla.

-Me duele cuando te hacen daño. Te siento mío. Es así; creo que eres mío, que sólo eres para mí. Ya sé que no es así. Pero a ti no te desagrada que lo sienta. Estoy en París por un par de días y de negocios y de rumbas. Pero no me resistí a la tentación de llamarte y de ir a verte. Necesito verte, porque contigo me siento segura y bien. No te rías que es cierto. No todo es dinero, lo más importante es afecto, amor. Y yo lo sigo sintiendo sólo contigo. Me estoy declarando de nuevo. Lo siento. Pero no lo siento. Voy a verte y charlaremos de lo divino y humano que ha pasado en nuestras vidas desde la última vez.

Sigue nevando afuera y hace frío. El que se inventó la calefacción sabía qué es lo que necesitamos cuando el alma está triste. Decir el alma me causa gracia. Cuántos términos religiosos usamos en nuestro lenguaje diario. El catolicismo impregna nuestras vidas. Creyentes, agnósticos y ateos, todos estamos determinados por la religión. Lo cual no implica que seamos creyentes. Supongo que la pregunta exacta que se deben hacer los creyentes es si dios cree en ellos. Y lo dudo.

- No quiero que te sientas triste o dudes de ti. Sabes que eres maravilloso. De ti lo que más me gustaba era esa manera tan extraña, divertida y sincera de enfrentar la vida, los reveses y las derrotas. Para ti la vida siempre parecía sonreír con especial generosidad. No le tenías miedo ni siquiera al éxito. Me estoy burlando de ti. No mires así. Ya sé la cara que estás poniendo. Sabes lo que quiero decir.

Quieres decir que desde lejos notas que estoy mal y vulnerable. Me siento más chiquito de lo que soy. Nunca me ha gustado que los demás se apiaden de mí. Detesto mostrarme vulnerable frente a los otros. Pero bueno contigo todo es diferente. Eres un ancla que me ata a la realidad y al afecto. Eres mi amor.

Leo ese poema de Jorge Guillén que dice:

Este volver a empezar
cada jornada sin ti,
esta sensación de mar
que navego y ya perdí...“

y así me siento en este momento en que no sé por qué me está dejando, se va olvidando de mí. Sus palabras lo niegan pero los hechos lo confirman. No me refiero a Laura, pienso en ella, en ese amor de hoy que parece casi ayer.

-No me gustan tus silencios. Amo tu risa fuerte, contagiosa y ruidosa de cuando estás bien. ¿Recuerdas cuando en San Andrés le dimos la vuelta a la isla a pie? En San Luis nos sentamos en un restaurante local y comimos la mejor langosta que haya probado. Si mal no recuerdo lo mejor fue el momento que juntos vivimos. Fue perfecto. Hablamos poco. Dejamos que nuestras miradas y manos hablaran por nosotros. Nunca te sentí tan cerca.

Lo recuerdo y sí, nunca me sentí tan cerca a ti. Pero también recuerdo que al final del viaje te fuiste del país y en veinte años no nos volvimos a ver. Ni una carta, ni una llamada, nada. Sólo el más doloroso y duro silencio. Y ahora me pasa algo similar. Cada vez se asemeja más a ese abandono. Ella no me ha abandonado, pero lo hará. Lo sé. Los hechos están ahí. Lo malo o lo bueno de la vejez es que no nos permite ilusionarnos. La vejez no engaña.

Amar sin medida y de tanto amar, agonizar y no morir nunca. Esa es la tragedia de quienes amándose ya tienen otra vida: encontrar el gran amor cuando ya otros han echado raíces en su corazón.

No ha dejado de nevar en Bonn. La voz con ese ligero y adorable acento extranjero de Laura sigue sonando en mis oídos. Después de tantos amores, de tanto tiempo, de tantos olvidos y horas perdidas, ella sigue siendo lo más parecido a una amiga. Pero la amo demasiado para ser sólo mi amiga.