sábado, 28 de mayo de 2011

Cartagena de Indias (Mis encuentros con Laura)




En un yate de  quince metros de eslora regresa Laura a mi vida. El yate atraca en el muelle del Club de Pesca de Cartagena de Indias, donde hemos quedado a cenar. El club está en el barrio de Manga en el fuerte de San Sebastián del Pastelillo, construido por los españoles en 1743 para defender la ciudad de los ataques piratas. Este sitio nos recuerda a los dos un viaje que hicimos hace mas de treinta años apenas nos habíamos graduado del colegio. Laura había viajado con sus padres a Cartagena para pasar vacaciones y yo llegué para visitar a papá, que estaba en puerto por un par de días. Nos encontramos por coincidencia en el Club comiendo y nos pusimos a charlar, caminamos cogidos del a mano por el centro de la ciudad y terminamos viendo el amanecer en la playa del hotel Caribe. Desde esa noche nos volvimos amigos para siempre. Más que amigos, diría yo, pues entre los dos hay una carga de deseo y sensualidad que es difícil resistirse. Vivimos entre que sí y que no. O, tal vez.
Laura está bronceada, los ojos verdes resaltan su mirada y su sonrisa es sólo para mí. Tiene los hombros dorados descubiertos y un vestido blanco de lino. Lleva alpargatas y una mochila wayuu. El pelo le llega hasta los hombros y puedo oler un perfume suave al acercarme a ella y abrazarla mientras le doy un beso en la mejilla. Estoy contenta de volver a verla, de sentirla entre mis brazos.

Nos sentamos en una mesa cerca a la muralla desde donde podemos observar la bahía y la silueta luminosa de los edificios al otro lado de la bahía. Pedimos ceviche. Nos fascina el ceviche, una manera de reconocernos y de decirnos sin hablar que nos queremos. En Bogotá íbamos a la Ochenta y Cinco a comer ceviche en una antigua caseta del bus municipal. El que atendía el lugar después de unos años hizo bastante plata con el negocio de ceviches. Después de comer allí, nos íbamos al Almirante a cine. Así que cuando nos volvemos a encontrar, si se puede comemos ceviche. Laura está preciosa. No puedo dejar de mirarla y le cojo la mano. Ella no la retira y anuda sus dedos a los míos. Sonreímos, suspiramos y miramos en el horizonte una bandada de cormoranes que regresan a sus nidos.

El grupo de músicos toca un bolero y Laura me saca a bailar. Con ella es una delicia bailar. Es suave como una pluma y su cuerpo intuye el mío y gira al ritmo del mío.
Soy ese vicio de tu piel, que ya no puedes desprender,
soy lo prohibido, soy esa fiebre de tu ser
que te domina sin querer, 
soy lo prohibido, soy esa noche de placer,
la de la entrega sin papel, soy tu castigo,
porque en tu falsa intimidad,
en cada abrazo que le das sueñas conmigo.

Bailamos muy juntos. Su cuerpo se pega al mío. Su cara se acomoda en mi hombro y enlaza sus brazos alrededor mío. Hundo mi cara en su pelo que huele delicioso. Giramos lentamente al ritmo de la música. En ese momento somos el universo entero. Sin darme cuenta y con una sinceridad que me sale del alma le digo – Cuando quieras lo dejo todo y me caso contigo-. Ella sólo se aprieta un poco más a mí y me susurra en el oído -Gracias, lo sé-.
Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor,
soy lo prohibido, soy la aventura que llegó para ayudarte
a continuar en tu camino, soy ese beso que se da
sin que se pueda comentar,
soy ese nombre que jamás fuera de aquí pronunciarás,
soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad,
soy lo prohibido.

Seguimos bailando sin decirnos nada. Cada uno en sus pensamientos. Disfrutando de la presencia del otro. Siendo el otro en brazos del amor. Porque lo que sentimos es amor. Llevamos toda una vida negándolo, pero es amor lo nuestro. Sé que los dos lo hemos sentido igual, que las palabras sobran, que el amor ha llegado para quedarse entre los dos.
Cuando termina la música me coge de la mano y nos dirigimos a la mesa donde un camarero impaciente pero cortés espera para poder traernos los platos que hemos pedido. Pero ninguno de los dos está pensando en comer. He roto un acuerdo tácito y he dicho las palabras que quizá los dos hemos sentido, pero que no debemos decir. Laura vive su libertad y yo tengo una familia desde hace tiempo. Laura es parte de mí y yo de ella. Ese es el acuerdo: encontrarnos de cuando en cuando y hacer de cuenta que el futuro y el resto del mundo no existe. Lo he quebrado en un momento de espontaneidad y le he dicho lo que sentía, lo que me gustaría hacer.
-Todo es posible- me dice sin soltarme la mano. Me mira directo a los ojos y el verde de su mirada me inunda. Soy suyo. 
-Aunque creo que tú y yo no serviríamos para el matrimonio- quiero contestarle, pero me pone la mano en la boca y le muerdo suavemente un dedo. -Déjame terminar. Sé lo que me estás diciendo. Es maravilloso y me halagas. Sabes que yo también te amo, que te amo con locura, que eres el hombre que más he querido en mi vida. Pero yo soy muy independiente y tú muy dependiente. No funcionaría. Después de la euforia ambos no sabríamos qué hacer con el otro. Deja que la felicidad sea lo que nos una y nos mantenga juntos a pesar de la distancia-. 

- Pero todo es posible- repite y me besa.

Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor,
soy lo prohibido, soy la aventura que llegó
para ayudarte a continuar en tu camino,
soy ese beso que se da sin que se pueda comentar,
soy ese nombre que jamás fuera de aquí pronunciarás,
soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad,
soy lo prohibido.

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