sábado, 21 de mayo de 2011

Estambul II




Estambul con Laura es salir a desandar una ciudad que es la suma de todas las ciudades. Es tan rica, variada, interesante y soñadora que casi es un pecado dormir mientras se está en ella sólo por un par de días. En música, lo mejor es dejarse perder por los callejones de la zona de Taksim, en la parte oriental, donde todas las noches grupos en directo animan las noches. Con una mezcla entre la música tradicional turca y el pop y el rock. Estas espontáneas bandas callejeras son conocidas gracias a la película de Fatih Akin Cruzando el puente.
Así que Laura y yo cogidos de la mano, enamorados el uno del otro, de la vida y del instante hemos dejado que la noche desandara las calles que suben y bajan por Estambul para perdernos en nuestras emociones. Dejamos fluir el ambiente único y romántico de la ciudad en un otoño benigno que nos impregna de deseo y melancolía.
Laura y yo callamos para siempre la noche pasada. Pues qué podríamos decir sobre el paraíso que no se haya dicho ya. Soy feliz es lo que importa. No hay pasado ni futuro, sino un presente eterno al lado de Laura.
Nos sentamos en un café y pedimos raki. Uno frente al otro. Nos miramos y miramos. Nada más importa, salvo los dos. Memorizo la cara de Laura. Sus ojos verdes, grandes y burlones, su piel bronceada, su pelo suave y castaño, sus hombros que lleva destapados envueltos a la altura de los brazos por un chal de cachemire caramelo. Soy su adorador. Estoy entregado a ella. Creo que no hemos hablado casi nada. Hemos dejado que nuestros dedos se conozcan, que nuestras manos digan por nosotros lo que hemos callado tanto tiempo. Su perfume que sólo yo huelo, en el que caigo rendido de amor, me enloquece. Quisiera que este instante no terminara nunca.
Pero un grupo de músicos se acercan a nosotros y se paran enfrente y le cantan a Laura. A mí ni me ven. En realidad todos sólo la miramos. Una canción llena de sentimiento y melodía cantada por una voz sorprendente nos deja turbados.
Para volver a la realidad hablamos de cine. Porque el cine turco es de lo mejor que hay en este momento en las pantallas que no son dominadas por le circuito hollywoodense de consumo de imágenes.
Películas que tratan temas universales pero lo hacen desde un punto de vista estrictamente local. La autoridad paterna, la traición, el amor fou, el machismo, el dolor inherente a madurar o el desengaño están presentes en una obra que mira a Europa y al mismo tiempo a los maestros asiáticos, con Kiarostami como influencia ineludible. En apenas una década, el cine turco ha pasado de prácticamente no existir a tener una presencia destacada en los grandes festivales internacionales. Es el despertar de una generación que, como refleja la película Ara, de Umit Unal, creció en un país empobrecido y maduró en otro que aspira a entrar en la Unión Europea y avanza, con no pocas dificultades, hacia la modernidad. De momento, el cine turco ha conseguido lo que en muchos países del continente parece una quimera, ser el preferido por sus propios habitantes. Sin embargo, sus mejores directores se lamentan de que el público prefiera “comedias vacuas” al cine que está triunfando entre el público occidental más exquisito. No puede decirse que sea un mal local. Si en economía se habla de países emergentes; en cine, junto a Rumanía, Israel o Corea, Turquía forma hoy parte de ese selecto grupo de cinematografías que, tras años de penurias, están viviendo un renacer.
A medianoche nos levantamos y abrazados descendemos hacia el Bósforo, que en turco se dice "Bogaziçi" y significa estrecho. Laura recuesta su cabeza en mi pecho y puedo oler su pelo y sentirlo en mi cara.
Al llegar antes de despedirse me dice -La hemos pasado de película-.

No hay comentarios:

Publicar un comentario