jueves, 2 de junio de 2011

Los caballos del diablo




A las seis de la tarde, al pasar frente al cementerio, Basarri, llamado Adiskide (El Amigo) por todos en el pueblo, recordó que ese verano la muerte aún no había llegado. Había salido de su casa en el borde de las montañas a eso de las cuatro de la tarde con una bota llena de vino para refrescarse por el camino que conduce al pueblo. Basarri nunca se ha perdido las fiestas del verano. Allí se reúne en la plaza con todos los del pueblo para hablar y recordar, y ver las parejas bailando mientras la banda toca música alegre y ligera. Basarri camina despacio por su edad y para disfrutar de sus recuerdos que va desgranando a medida que camina hacia el pueblo. Cada cierto tiempo se sienta a la vera del camino y se bebe un sorbo largo de vino. Descansa unos minutos mientras observa el valle y la gente que pasa frente a él. Basarri está preocupado por el recuerdo de la muerte. Ese intuirla no le deja tranquilo. Pero el calor, el vino y la edad hacen más llevaderas las penas de Basarri, que en un instante olvida sus dudas y angustias, y prosigue alegre el camino hacia las fiestas de verano.
La música flotaba en el aire. Se oía varias cuadras a la redonda. Era una tarde calurosa llena de árboles con hojas verdes que ocultaban parte de la luz que caía sobre la plaza del pueblo donde decenas de vecinos se habían reunido a bailar como todos los años en la fiesta del comienzo del verano. Las sombras se mecían al ritmo de las parejas abrazadas que estaban viviendo ese sueño único del que baila con quien quiere o con quien quisiera querer o que lo quisiera.

Llegó envuelto en un viento tibio que refrescó los acalorados cuerpos de más de uno. Muchas parejas, especialmente, mayores se voltearon a mirarlo. Vieron un hombre joven de alegres ojos que caminaba lenta y despreocupado hacia ellos. Tenía una camisa de lino blanco abierta un par de botones que dejaban entrever su pecho dorado. Los pantalones chinos amplios y ajados le sentaban bien. Sus ojos intensos y vivos devoraban toda la plaza y a los bailarines que parecía que se desplazaban en cámara lenta por la plaza girando alrededor del forastero más bello que hubieran visto.

Zusen miró a su alrededor en busca de un rostro conocido. No vio en ninguno de esas caras sorprendidas la de su amigo a quien había ido a buscar. Cuando un amigo lo necesita, uno debe acudir en su ayuda. Él sabía que Dogartzi estaría mal. Lo intuía: una pérdida estaba en el camino de la vida de Dogartzi. Una tarde descansando frente al puerto sintió la presencia de Dogartzi. Hasta ahora, siempre que sentía la presencia de un ser que no había visto sabía que era el momento de ir a buscarlo para ayudarlo, para liberarlo de su pena. Como corresponde a un verdadero amigo, pensó Zusen.

La gente volvió a bailar animada dejando de prestarle atención. La música de la banda invadió el aire tibio de la plaza y el amor volvió a entrelazar el cuerpo de muchas parejas que se habían encontrado y que, tal vez, seguirían juntas por mucho tiempo. Zusen caminó por entre las parejas y se acercó a una venta de refrescos y licores donde atendían dos señoras entradas en carnes y canas, pero que se notaba que todavía daban guerra. Y querían darla realmente mientras sonreían descaradamente a Zusen y lo invitaban a probar algún vino de la cosecha.

Basarri había llegado hacia más de una hora y dormitaba en el hombro de un vecino mientras la banda seguía tocando a todo ritmo. Zusen tropezó su mirada con una joven delgada y de mirada triste que estaba sentada cerca de donde Basarri dormía el sueño de los inocentes Parecía estar lejana, ausente a la alegría que le rodeaba. Abantza permanecía suspendida en su propio mundo desde que su amor de todo la vida murió a manos de desconocidos una mañana de cacería en los bosques cercanos al pueblo. Nunca se supo quién había sido ni la razón de los disparos. Muchos en el pueblo especulaban que había sido por cuestiones de contrabando. Lo cierto es que desde ese día Abantza había dejado de sonreír, no había vuelto a salir salvo a misa los domingos y se la pasaba en el patio de su casa sentada en una silla contemplando la pared de enfrente donde crecía una enredadera que había sido sembrada por su abuela hacía ya muchos años.

Zusen siente una necesidad de acercarse a Abantza. De repente, quiere saberlo todo sobre esa desconocida. Abantza es una grata sorpresa, un inesperado interrogante de grandes ojos negros llenos de melancolía. Ella debe tener máximo diecinueve años. Una fragilidad angelical la envuelve y la protege. Zusen suspira profundo y empieza a caminar hacia ella. Abantza levanta los ojos y mira distraída al extranjero que se acerca. El aire se detiene por un instante de eternidad en la mirada de los dos. Se funde a mitad de camino en una explosión de emociones en los cuerpos de estos jóvenes, los únicos solitarios de la plaza. Allí está Abantza sentada junto a su madre paralizada ante un Zusen que camina como si estuviera flotando y el sonido del universo le llega a los oídos lentamente, espeso. El tiempo está suspendido. Lo único que se mueve aceleradamente es el corazón de estos dos jóvenes que después de tantos años han llegado a su primera cita.

Un torrente de sangre es bombeado con energía por el corazón palpitante de Abantza y le sonroja los cachetes. Una sonrisa casi secreta se forma en las comisuras de sus labios. Abantza vuelve a la vida. Desde el más hondo abismo de su tristeza ella, la abandonada, resurge en un vuelo de la imaginación ante los ojos de un desconocido. Su piel florece y sus brazos recobran la energía. Todo su ser es un remolino de ilusión que le abre los ojos: esos hermosos ojos negros que han fascinado a tantos hombres en su corta vida. Abantza, la de la belleza espléndida, está a punto de conocer al hombre que le cambiará la vida por completo.
Estás tan cerca de estrechar entre tus brazos tu destino, piensa Zusen mientras invita a Abantza a bailar con la mano extendida. Ella toma la mano del desconocido y sale a bailar con él. Muchos la miran sorprendidos y cuchichean entre sí. Por años nadie vio a Abantza tan radiante como en aquel instante, recordarán después. Pero la música los devuelve a su propia alegría y se olvidan de la pareja que por primera vez se ha encontrado en esta plaza del pueblo al comenzar la noche de San Juan.

Abantza huele a durazno, a verano, a lago de aguas cristalinas, piensa Zusen, mientras acerca su cara al rostro de ella. Han bailado todo el tiempo juntos. No desean que la música termine. Parece que más que girar en brazos del otro, flotan. Se desplazan por el empedrado de la plaza con soltura y ligereza. Se diría que han bailado desde siempre, no que son desconocidos que por primera vez se han visto. Los ojos negros y profundos de Abantza se clavan en los ojos azules y transparentes de Zusen. Se miran, se reconocen, se intuyen, se sienten atraídos. Sus cuerpos ya saben que entre ellos hay más que una noche de verano. Y hablan de ellos, de lo que sienten, de lo que sueñan, de la espera y de la vida que llevan. Ella le cuenta de los días perdidos en soledad, de su dolor y de las noches eternas en que sólo la poesía le hacía posible sobrellevar las horas oscuras. Zusen la mira; él la comprende, él conoce, también, sus sentimientos. El sabe del dolor, la consuela, la emociona, la ilusiona, la llena de deseo y la conduce con firmeza y delicadeza por la plaza mientras la música suena lejana y alegre.

Un momento de descanso de la banda musical es aprovechado por los vecinos del pueblo que están sentados al lado de Basarri para servirse una copa de vino, o algún refresco. Basarri entreabre los ojos y mira a su vecina y amiga de muchos años, Rakel, y empieza a hablarle. Basarri ha recordado que este año la muerte no ha llegado y comenta con su vecina sobre el destino trágico de la joven que hace tiempo murió por amor, o mejor, como dice Basarri, por falta de amor. Desde esos días en los meses del verano desaparecen jóvenes de las fiestas estivales que jamás vuelven a ser vistos por la gente del pueblo. Unos dicen que es la joven muerta quien los rapta y desaparece en venganza por el abandono del amado; otros dicen que los jóvenes aprovechan el momento para realizar sus sueños de una mejor vida y dejan en silencio el pueblo para no volver. Pero, por qué nunca llaman o envían una carta o regresan. Preguntas que hasta hoy no tienen respuesta y que hacen crecer la leyenda de la joven que rapta muchachos en el verano. Basarri tiene sed y le pide a Rakel que le consiga un vaso de vino para refrescarse. Basarri descubre en una esquina de la plaza a Abantza y Zusen y se sobresalta. Pero en ese momento, Rakel regresa con una botella de vino y un vaso en la mano. La sed y la edad hacen que Basarri se olvide de la pareja que charla animada lejos de los demás.

Zusen le contó de su vida en las montañas, de su relación con las nubes, con las vacas y las cabras, de su predilección por los burros, que ya casi nadie parecía necesitar. También, le habló de los perros que lo acompañaban en sus viajes por valles escondidos, ríos olvidados y parajes solitarios de su tierra, donde había transcurrido la mayor parte de su vida. Como pastor Zusen aprovechaba para leer y soñar, para describir el mundo que lo rodeaba y para buscar un lugar en aquellos parajes donde un día construiría una casa de piedra que girara alrededor de la cocina, pues ésta es el centro del hogar, el lugar donde la vida familiar se sazona. La cocina debería tener una ventana grande que diera sobre el valle y que la vista abarcara hasta donde las montañas descienden hacia el lejano mar. Después iría construyendo el resto de la casa con paciencia y empeño en compañía de alguien que quisiera compartir su vida en las montañas.

Las rosas eran las flores preferidas de Abantza. Desde pequeña acompañaba a la abuela en el jardín a arreglar las rosas que sembraba y que tenían los nombres de todas las mujeres de la casa: de las tías abuelas, de su madre, de sus tías, de sus primas, de sus hermanas. Para cada nombre había una clase de rosas; las había rojas, blancas, amarillas, naranjas e injertos que ensayaba cada año la abuela mientras le contaba a Abantza la historia de cada una de las mujeres que ella había conocido. Con el tiempo esas mujeres invisibles fueron poblando la realidad de Abantza hasta formar parte de su vida como si ella las hubiera conocido. Las sensaciones y emociones de la abuela impregnaron el imaginario de Abantza y lo enriquecieron con los sueños de esas mujeres de su familia que vivieron en el caserío de la familia. El mundo de los sueños de Abantza crecía cada año más a medida que la abuela le contaba y recontaba las historias familiares. Con la vejez la memoria de la abuela empezó a fallar y las historias empezaron a convertirse en largos silencios y la tristeza las invadió a las dos, porque cayeron en cuenta de que los días, en que cada una de ellas acompañaría la soledad de la otra, estaban contados. Así decidieron, sin decirse nada, en seguir cuidando las rosas en silencio. Algunas tardes, la abuela la miraba a los ojos y luego la abrazaba por un instante mientras suspiraba. Después se levantaban e iban a tomar chocolate caliente con queso y panes recién horneados.

La música de la banda vuelve a sonar con fuerza y alegría llamando a las parejas a reanudar el baile. Zusen toma de la mano a Abantza y la lleva a la mitad de la plaza. Bailan con ánimo y ritmo mientras no dejan de mirarse a los ojos en busca del otro. Se diría que con afán se quieren conocer hasta el más pequeño resquicio de su vida. No necesitan palabras para entenderse. Basta la presencia eléctrica del otro para crear una onda de energía que los envuelve y los convierte en un sueño común.

En medio del calor y el vino que fluye por sus venas, Basarri trata de hablarle a Rakel. Tiene que avisarle que la muerte no ha llegado aún. Que la parca ronda entre las alegres parejas y puede enamorarse de alguien. Pero el sueño lo vence. Está aletargado y recuesta su cabeza contra el borde de una barda y ronca profundamente. A la distancia, muy a lo lejos, se ve un rayo caer del cielo y nubes amenazadoras y negras resplandecen con la luz del relámpago. Nadie en el pueblo nota la lejana tempestad. Ni siquiera los perros o los huidizos gatos. Apenas un ligero sobresalto en el sueño de Basarri se podría suponer como una mala premonición. La alegría sigue su irremediable curso en medio de los habitantes del pueblo.

Quisiera alzar el vuelo. Llegar contigo hasta las estrellas. Más allá de los sueños. Mostrarte la tierra a lo lejos para que veas que contigo para mí nada es imposible. Ni siquiera besar el cielo y retornar contigo entre los brazos a la felicidad. Tú le pones alas a mi vida. Siembras vientos que dispersan por el mundo mis esperanzas. Todo parece más colorido desde que te conozco. Tú eres un río en el quisiera nadar por siempre hasta llegar al mar de los amores y sumergirme contigo hasta lo más profundo y resurgir a través del agua y remontar las olas. Volar, volar cada vez más alto, más lejos. Ser tuyo y que tú seas mía. Abantza, desde que te tomé en mis brazos y bailé contigo sé que nací para ti y para este momento. Te quiero.

Abantza ríe. La felicidad se perfila en su boca y brilla en sus dientes.
-Es gracioso lo que dices. Cómo haríamos para volar?- Abantza pregunta coqueta a Zusen.
-Es fácil. Todos los enamorados tenemos derecho a un deseo. Siempre que lo pidamos con fe, lo obtendremos. Yo lo que quiero es volar contigo. Mira que esta noche mi espalda se irá cubriendo de plumas hasta convertirse en alas y luego te tomaré entre mis brazos y remontaré hasta el cielo contigo-.
Abantza lo mira feliz y le acaricia con ternura la cara.
- Loco, así que estamos enamorados. Yo de ti y tú de mí. Así no más. Pájaro soñador. Mi hermoso ilusionista. Mi noche inolvidable-.
- Sí, yo creo que lo estamos. Solo, tú y yo. Te quiero mucho, Abantza.- responde Zusen mirando el alma profunda de sus ojos.

La música acompaña el abrazo cálido y eterno que los dos se dan como queriendo creer que los deseos se pueden volver realidad, que ellos son el mundo entero en ese instante. Abantza recuesta su cabeza sobre el pecho de Zusen. Éste huele enamorado el pelo de ella. Suspira profundo y cierra los ojos mientras deja que su imaginación vuele sobre la plaza y llegue al cielo donde se encuentra con los sueños de Abantza, que también ha cerrado los ojos y vuela entre las nubes con él.
-Tengo sed. Me traerías algo para beber?- le pregunta Abantza a Zusen.
-Enseguida- contesta él con una gran sonrisa y se va hacia la mesa donde están las bebidas.

Basarri se voltea sobre la dura piedra y sigue durmiendo el sueño de los justos. En medio de la modorra ve pasar los caballos del diablo. Siete caballos de siete colores y al final el caballo del destino de color azabache que viene desbocado hacia él. El galope de los desastres. Basarri se estremece y gime en medio del ruido de la fiesta.

Los caballos se pierden entre la inconsciencia de los habitantes del pueblo y se dirigen hacia el campo pasando frente a la ventana de Dogartzi, quien se despierta con el ruido del galope.
Mira el reloj y se da cuenta de que ya es casi medianoche y no ha ido a la plaza para estar en la fiesta del pueblo. Se dirige al baño donde se refresca la cara. Luego baja los escalones de dos en dos y cruza el patio apresurada mientras se acaba de abotonar la camisa. Sale a la calle y huele el paso de los caballos del diablo en el aire, pero no piensa en ello. Quiere llegar a la plaza para participar de la fiesta. La calle que conduce a la plaza está a solas y la música lejana resuena contra las paredes de las casas de muros blancos y con cestos de flores adosados a ellas. La plaza se abre ante los ojos de Dogartzi con la gente animada que baila y la banda que toca sin descanso desde una tarima improvisada a un lado de la plaza. Ve a su madre que se acerca adonde Basarri duerme. Rakel, la madre de Dogartzi, lo mira y le sonríe. Él se acerca a los dos y ayuda a su madre a levantar a Basarri, quien con dificultad trata de incorporarse. Se restriega los ojos y reconoce a Dogartzi. Le mira con alegría y le acaricia el cachete. Basarri les cuenta que oyó pasar los caballos del diablo por la plaza y que llevaban afán. Era un signo de mal agüero. Rakel lo mira con ternura y le dice - Basarri, eres el hombre que cuenta las más hermosas mentiras. Por ello te quiero tanto-. Basarri trata de protestar y le insiste que lo que él escuchó es verdad. Dogartzi recuerda vagamente el ruido en sordina al salir de casa y cuenta que él también lo sintió. Rakel apura un trago de vino y le toma la mano a su hijo mientras lo invita a bailar. Los dos caminan hacia la gente y bailan. La música hace que sus cuerpos se muevan alegres y con energía. Rakel y Dogartzi son conocidos por su capacidad de bailar horas y horas. En una de las vueltas que dan y al mirar hacia un lado, Dogartzi ve de refilón a Zusen que se encamina hacia una mesa. Se aleja de alguien , que Dogartzi no logra ver. En las vueltas del baile lo pierde de vista. Piensa que al acabar el baile irá a buscarlo.

A lo lejos, los caballos del diablo se alejan del pueblo por la carretera que lleva al cementerio.

Zusen vuelve en busca de Abantza con las manos ocupadas con dos vasos de vino para refrescarse. La busca en medio de la multitud, pero no la encuentra. No está. Zusen acelera el paso y llega adonde estaban bailando. Abantza no se ve por ningún lado. Zusen deja los vasos sobre un muro y busca por toda la plaza a Abantza. No la ve y el corazón se le acelera. No puede ser que no esté. Tiene que encontrarla. Zusen recuerda que ella le contó que vivía por la carretera que va al cementerio. Zusen sale corriendo esperando poderla alcanzar en el camino. Pasa al lado de Dogartzi sin verlo. Éste intuye un extraño peligro y piensa en Zusen, pero no lo ve, pues está de espaldas bailando con su madre. La música se pierde en el aire y el canto de las chicharras invade los oídos de Zusen.

Los caballos recorren los caminos vacíos de la noche

Zusen corre de prisa mientras mira a los dos lados del camino por si ella está allí. No hay rastro de ella. Zusen sigue apresurado el camino. Ya a recorrido más de un kilómetro y no la encuentra. La respiración se le acelera y la camisa está empapada de sudor. La boca la siente seca. Se le dificulta respirar. Sólo piensa en Abantza. En la oscuridad no se da cuenta de que es medianoche y cae rendido al borde la carretera. Un lejano relincho se oye y luego el más absoluto silencio.

La noche se cierra sobre el pueblo y poco a poco los habitantes vuelven a sus hogares. Unos viven en las casas del pueblo. Otros deberán caminar varias horas hasta llegar a sus casas y fincas en los alrededores. Al comienzo van alegres, gritando y cantando. Con el tiempo, cada uno se va ensimismando en sus pensamientos y sólo piensan en llegar a casa a descansar. Algunos pasan al lado de Zusen sin verlo ni sentirlo. Hasta que la carretera queda solitaria, la plaza abandonada y todo el pueblo en un silencio oscuro. Salvo Basarri que está agitado y no quiere irse con Rakel y Dogartzi a casa de ellos para dormir la mona. Basarri insiste en que algo malo ha pasado. Pero los otros no le hacen caso y lo llevan medio arrastrando, medio caminando hasta la cama en la que ha de dormir las próximas horas.

Los cascos de los caballos nocturnos retumban en los oídos de Basarri. La tragedia está más cerca y él no tiene fuerzas para impedirla. El destino corre desbocado al encuentro de los amantes.

Entre los árboles ve Zusen a Abantza que lo llama con señas. Le extraña que no le hable, pero está contento de verla. Se levanta y se acerca a ella. Los dos se toman de la mano y desaparecen entre los arboleda. En ese instante el caballo azabache relincha y parece dar un salto en el aire detrás de la manada que avanza sudorosa por el camino.

Basarrri despierta muy entrada la tarde con dolor de cabeza. Se sienta en la cama mientras se rasca la barba que le pica. El sol resplandece entre las flores del patio de la casa de Rakel. Sale del cuarto y se sienta a la mesa que ésta ha dispuesto para el desayuno de la tarde. Rakel está esplendida con su serena belleza y Basarri se alegra de estar con ella, su buena amiga de toda la vida. Mientras comen y conversan distraídos, llega Dogartzi corriendo de la calle con el miedo pintado en la cara.

-En el cementerio junto a la tumba de Abantza, la muerta por amor, han encontrado la ropa de un joven- grita con fuerza Dogartzi mientras se sienta a la mesa. En secreto sabe que no volverá a ver a Zusen. Las palabras se le atoran en la boca. Un silencio mortal los agobia a todos.

Basarri oye el galope de los caballos del diablo que se pierden en su mente...


Foto de Javier Teniente

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