jueves, 23 de junio de 2011

Cita al atardecer en Lisboa



Déjame que sea tu noche,
que enturbie tu transparencia
¡Déjame ver tu hermosura!
Manuel Altolaguirre

¿Cuántas veces habré traicionado a mi destino? ¿Cuántas veces habré estado cerca de hacer lo correcto y he seguido de largo? ¿Cuántas veces entre más luz había en mi vida más oscura la sentía? Estas preguntas una y otra vez regresan con su carga de incertidumbre, de duda sobre mis dudas, preguntas que nunca tienen respuestas. Y si tuvieran respuesta serían de nuevo pregunta, porque yo no dejo de dudar de mí, de lo que soy y lo que siento. Me alejo de mis dudas y regreso a ellas como las olas que se rompen contra la costa: una y otra vez sin cesar, sin dejarse atrapar.

Jamás me casaré contigo, me dijiste. Y, de pronto, mis ilusiones se vinieron al piso. Ni siquiera podré soñar que un día tú y yo, por quién sabe cuál razón, podamos estar juntos. No sabré qué es verte despertar a mi lado, planear un día contigo, preparar la cena juntos, sentarnos en la noche muy juntos y abrazarnos, dejar que el amor nos cubra del todo. Nunca será mayo para nosotros.

La felicidad se escapa por entre mis dedos una vez más. Y yo no sé si esta vez quiero pelear lo que de antemano está perdido. Porque si yo no te amo para vivir contigo, si sólo quisiera ser tu amante, para qué todos estos años esperándote. No te sigo amando para estar contigo un par de horas de afán. Te amo para que una mañana ya no partas nunca más. Estoy sentado en la terraza del más bello hotel del mundo y contemplo a mis pies Lisboa.

Llegué a Lisboa un día antes de lo planeado. La otra punta de Europa. La Estambul sobre el Atlántico. Es mi primera vez que estoy en esta ciudad y siento que sólo he regresado a ella, como si me hubiera estado esperando desde siempre. Lisboa se desborda sobre el Tajo con sus casas y callejas, y mira el océano que una vez la convirtió en la capital de un imperio que llegaba hasta Macao en China, pasando por Goa en India y Brasil al otro lado del Atlántico. Lisboa es una ciudad que trepa desde el mar hacia los cerros y que está unida por el tranvía y el funicular. Una ciudad acunada a orillas del agua y que mira hacia el infinito.

Laura ha reservado la suite Bartolomeu de Gusmão en el Palácio Belmonte, el hotel más bello del mundo. La suite es enorme, de tres niveles y una terraza desde donde se puede ver el río Tajo y la Alfama. Está situada en una torre mora del siglo VIII y enchapada en azulejos del siglo XVIII. Laura no ha escatimado nada para nuestro encuentro al borde del océano. Además, no pudo evitar hacerme un guiño cariñoso al escoger la suite con mi apellido. No ha dejado nada al azar. Me emociona pensar en verla de nuevo: sus ojos verdes y su mirada en la que quisiera vivir para siempre. No quiero pensar en lo que cuesta. Pero ya estoy acostumbrado a que Laura no evita los gastos. Para ella son parte de su cotidianidad, pero para mí son y serán siempre un sueño, un imposible. Soy de hoteles en que todo está incluido para no llevarme sorpresas de plata. Pero disfruto cada instante de este hotel palacio situado sobre el Páteo Dom Fadrique. La primera sección del palacio fue construida en 1449 sobre la antigua fortaleza romana y las murallas moras llamadas "Cerca do Alcáçova" y "Cerca Moura", agregándole tres torres. En 1640 la familia agrandó el palacio con una terraza al este y cinco fachadas de estilo clásico, que son las actuales. Después de desempacar la maleta con lo poco que llevé, salí en medio del mareo producido por tanto lujo a la calle. Bajé caminando hasta la orilla del Tajo por entre calles curvas y estrechas, llenas de restaurantes y bares entrañables. Tuve tiempo de pensar en el gran poeta Pessoa y un poema que me recuerda a esa mujer que vive en mi corazón y que me espera al otro lado de mis sueños:

He pasado toda la noche sin dormir, viendo,
sin espacio tu figura.
Y viéndola siempre de maneras diferentes
de como ella me parece.
Hago pensamientos con el recuerdo de lo que
es ella cuando me habla,
y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo
con su semejanza.
Amar es pensar.
Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.
No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no
pienso más que en ella.
Tengo una gran distracción animada.
Cuando deseo encontrarla
casi prefiero no encontrarla,
Para no tener que dejarla luego.
No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que
quiero. Quiero tan solo
pensar en ella.
Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.”

He llegado a orillas del Tajo y me paro a mirar el imponente paisaje de esta ciudad que se despereza hacia arriba, hacia el cielo y suspira. Una ciudad que me envuelve de emociones, que parece hecha para mí, que fuera mía desde antes de que yo fuera el sueño de alguien que me hizo a imagen y semejanza de sus anhelos y de sus antepasados. Lisboa me enamora y me produce saudade de ser otro que también te quiere. Ante mí están Almada, Seixal y Montijo, esperando a la otra orilla del río.

Pienso una vez más en Laura, en lo que siento por ella, en lo que ella es en mi vida. Laura que estuvo perdida tanto tiempo, pero que nunca fue ausencia. Era intermedio entre el antes y el ahora. Y, sin embargo, veinte años de mi vida se perdieron en ese espacio de dudas, dolor y silencio. Laura no sólo es amor es también el camino de los imposibles para mí. Nuestro amor es expectativa, un quizá mañana, un ahora no, un esperame un poco más, un encuentro furtivo y rápido. Laura, contigo no estoy, pero sin este soñar en ti no vivo. Quiero lo que nunca te he pedido en serio, pero es lo más serio que nunca te pediré: que vivas conmigo el resto de muestras vidas. No es mucho, pero todo para mí. Ya estamos llegando al final y sigo sin ti.

Mientras mi vida está en una encrucijada, la noche se asoma a lo lejos y el sol de Portugal se despide dorando las fachadas de las casas que se agolpan unas junto a otras para jamás dejar de mirar al mar. Yo suspiro y meto las manos en los bolsillos y camino de nuevo la cuesta que me lleva de vuelta al Palácio. Es posible que Laura ya haya llegado de París. Mi corazón se acelera. Verdes sus ojos y eterna es su mirada. Acelero el paso. Al entrar al hotel, uno de los muchos y elegantes empleados se acerca con un sobre sobre un plato de porcelana blanca y me dice que he recibido un mensaje. Pienso que como en el siglo XIX. El detalle me gusta. Es un breve mensaje de Laura en que me avisa que no vendrá y que espera que la perdone y que disfrute de mi estadía en Lisboa.

¡Qué fácil es que el mundo se venga abajo en el momento en que más arriba estamos! Subo con desánimo a la suite que ya no siento tan elegante y espectacular, más bien enorme como el vacío que siento de golpe entre mi pecho.

Llevo sentado horas en la terraza mirando las luces de la ciudad y el agua del río que no deja de fluir. Permanezco en silencio, flotando en el dolor anestesiado que siento en esa oscuridad profunda que precede a la tristeza.

Laura no viene, porque la vida la llama y yo soy sólo un sueño. Un instante mágico, pero sólo eso: un instante. El atardecer cubre Lisboa de un ambiente único que emociona, que convierte mi tristeza y mi rabia en melancolía. Sólo lloramos por quien amamos, por quien nos hace feliz, por ella que tanto he querido y me ha querido. Pero la vida nos hizo al uno para el otro, pero no para que todos los días fuéramos juntos por la vida. Lo nuestro son estaciones espaciadas que nos encuentran en el camino y nos reúnen.

No se puede perder lo que nunca ha sido de uno, pienso al comienzo de la noche y me quedo dormido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario