miércoles, 28 de septiembre de 2011

Singapur 1


Mañana salgo temprano para Singapur. Todavía de noche, tomo el ICE en Siegburg, que va directo al aeropuerto de Frankfurt, y luego vuelo a Singapur. Llevo en mi billetera, junto con la foto de Laura, este poema que escribí para ella cuando nos despedimos en Bogotá la última vez:


Me voy con tu nombre en mis labios
y tu sonrisa en la memoria.
Me voy de ti contigo
y sólo me voy,
porque te llevo conmigo.


Laura me ha llamado para decirme que en quince días estará en París. Quiere que la visite. Pero sólo tiene un par de horas para mí, pues tiene varios asuntos pendientes. Me muero por estar con ella. Hace ya varios meses que no nos vemos. Pero el viaje a París dura cerca de cinco horas. Ir y volver el mismo día no me hace tan feliz. Sobre todo, no me gustan los encuentros afanados. Los nuestros son siempre momentos tranquilos, del uno para el otro, donde nadie fuera de los dos tiene cabida. No sé qué hacer y Laura nota mi duda. Sin dudar ni un instante agrega que si no puedo no importa. Pero es como si hubiera dicho todo lo contrario. Mi silencio la ha herido. Ella siente que no es todo para mí. Aunque sí lo es, pero también existo yo. Me siento mal, muy mal. Pero es cierto, no quiero ir por un ratico. Le digo para ganar tiempo que lo voy a pensar. Los dos sabemos que no voy a ir. Algo entre los dos se nubla. Lo sé, aunque ninguno lo dirá jamás. Nos conocemos demasiado. Después de un par de palabras corteses, colgamos, pero algo pesado y triste ha quedado en el aire.

Estoy alistando mi maleta para viajar a Singapur. Business as usual. Por un par de días estaré en el Lejano Oriente por cortesía de uno de nuestros clientes que tiene negocios en la ciudad. Mi trabajo consiste en asesorar a mis clientes en los negocios que tienen en la ciudad. En realidad, la asesoría ya está terminada, pero por cuestiones de imagen quieren que uno de la oficina esté presente en la presentación que se hace a los empleados en la filial de Singapur. No me puedo creer que vaya a conocer uno de los cuatro tigres asiáticos. Me interesa en especial, porque esta ciudad de mayoría de ciudadanos chinos ha logrado convertirse en un transformador de materias primas en productos terminados, en un puerto vital y un centro financiero mundial. Por supuesto, pienso en Colombia donde nuestros presidentes todavía siguen promocionando al país como un productor de materias primas y nada más. Esta política de desarrollo es garantía de pobreza, exclusión daños ambientales y violencia. Me pregunto si los tecnocratas genios que tenemos son tontos, cínicos o traidores, o yo me he perdido de algo. Debemos producir valor agregado si queremos sobrevivir en el mundo. En fin, mientras ese día llega seguiré acá ayudando a los extranjeros a hacer negocios y mejorar su imagen. Salgo el sábado y después de doce horas de vuelo sin escalas aterrizo en el aeropuerto Changi de Singapur.  Viajo en Singapore Airlines. Estoy contento y nervioso por el viaje y las sorpresas que me deparará esta inesperada aventura.

Para relajarme escucho el Allegro Moderato del Concierto Brandeburgues No. 3 de Bach. Adoro la música de Bach. En este concierto, Bach prescinde de los instrumentos de viento para dar  el protagonismo a las cuerdas. Todo aquí se construye a partir de unidades rítmicas mínimas que constituyen la base de los distintos temas melódicos, trabajados en contrapunto, con los dos distintos grupos de instrumentos ora separándose, ora oponiéndose, ora uniéndose en un tutti. Una lección, pues, de cómo puede componerse una obra partiendo de los elementos más simples. Y para breve, el segundo movimiento, Adagio, que únicamente consta de dos acordes, uno inicial y otro final, por lo que se cree que Bach dejaba este espacio libre a la improvisación del intérprete, en especial del primer violín o del clavecinista encargado del bajo continuo.
Cuando quiero concentrarme en mi trabajo o dejar que mi mente divague, lo oigo. Supongo que es la vejez que me ha convertido en una persona serena. Tengo que reírme con la idea de que yo pueda ser sereno cuando soy un hombre que vive exaltado y soy apasionado, subjetivo e impulsivo. Puede que sea el tiempo que llevo en Alemania que me ha convertido en una persona tranquila. Tampoco importa mucho, ya me acepto como soy.
He recordado las palabras de Morelli:
He notado que con el tiempo me estoy volviendo sabio. Es decir, me adapto cada vez mejor a los fracasos, las miserias, las derrotas... Tan adaptado estoy que si tropezase con un triunfo no sabría qué hacer con él. Nietzsche le llamaba a esta resignación "la moral de los perdedores", pero qué más da terminar abrazado a un caballo como él o a una monja como Rimbaud.”

Laura me hace falta, mucha falta, toda la falta que puede sentir un hombre enamorado. Ella le da sentido a mis días, a mis silencios, a mis sueños y a mi poesía. Laura no es una amiga, es la mujer que debió ser la de mi vida. Pero los dos le jugamos una mala pasada al destino y seguimos cada uno por su lado y, a la vez, tan cerca. Laura me cita siempre que hablamos de nuestra relación y de cómo somos nosotros como individuos, a Hélène Cixous:
"Siempre somos como mínimo dos en el mismo cuerpo y en la misma historia. Como sabemos desde el primer trazo de Arquímedes sobre la arena. Como nos recuerda Kafka: nosotros seres humanos con dos manos rivales, seres con dos almas que se atacan una a otra, seres disociados y dislocados"
Y tiene razón. Nuestra manera de ser es una lucha con nosotros mismos llena de dudas respecto de los dos. No dudas sobre nuestro amor, sino sobre si es posible que dos seres que se aman tanto puedan convivir bajo un mismo sueño y despertarse mirando al otro.

En mi maleta llevo la antología de poesía italiana del Novecento, regalo de Laura después de uno de sus viajes al Garda. Ella le encanta la poesía de Giuseppe Ungaretti y me ha subrayado de uno de ellos “I Fiumi” esta parte:

Questi sono
i miei fiumi
Questo è il Serchio
al quale hanno attinto
duemil´anni forse
di gente mia campagnola
e mio padre e mia madre

Questo è il Nilo
che mi ha visto
nascere e crescere
e ardere d´inconsapevolezza
nelle estese pianure

Questo è la Senna
e in quel suo torbido
mi sono rimescolato
e mi sono conosciuto

Questi sono i miei fiumi
contati nell´Isonzo

Questa è la mia nostalgia
che in ognuno
mi traspare
ora ch´e notte
che la mia vita mi pare
una corolla
di tenebre”

Y es como si viera frente a mí a Laura, la libre, la independiente, la mujer de mi vida, la dispuesta siempre a comerse el mundo entero, de repente vulnerable y necesitada de mis brazos para dejar que su soledad se refugie en mí para siempre. Por eso también la amo. Llevo en la piel a Laura, su amor y su nostalgia.
Pero por más amor a Laura, nunca logro del todo saber qué siente. El amor nos atrae, pero no nos convierte ni en sabios ni en adivinos. Vamos como ciegos acercándonos al otro, intuyéndolo, imaginándolo, descubriendo un ser que a cada instante es distinto. Amamos, pero no somos el otro. Ni siquiera logro comprender bien lo que siento cuando llamo a esta fuerza irresistible que me arrastra a ella, amor. El amor se basa en una certeza, en la fe que ponemos en que el otro de una manera que no comprendemos se ha acercado tanto a nosotros que también siente con nosotros el fuego, el hielo y las emociones que todo el tiempo nos están embargando cuando el otro es parte nuestra. Este amor mío, que siento como amor nuestro, es una atracción tan fuerte, un llamado del otro permanente, una necesidad del otro que no se sacia, que no termina, que crece con la ausencia y en la presencia. Este amor nuestro que no claudica, que siempre está cambiando como nosotros. Porque de la Laura y de ese que un día fui, ya no queda nada, somos otros iguales y distintos, pero el amor continúa. Nuestro amor como nosotros es un superviviente. Se aferra a los dos, nos busca y nos llama. Pero por más que nunca sabré del todo cómo es Laura, lo mío por ella es amor.

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