sábado, 25 de agosto de 2012

El regreso del poeta













Llegué de noche a Lesbos. Con cielo despejado y el universo mirándome desde las estrellas. La isla emergía desafíante del mar -como en el tiempo de los alceos- frente a la costa de Turquía. Parecía que quisiera comérsela. El Mar Egeo negro y ciego gemía una y otra vez contra la costa. Volvía a la isla cargado de tristeza, incertidumbre y enamorado.

Mitilene dormía. Sus calles y casas también se habían desocupado y reposaban silenciosas esperando el nuevo día. No se oía nada salvo mi soñar. Llevaba en mí la imagen de una mujer hispalense de ojos como atardeceres y piel suave como los vientos entre los olivares.

Había abandonado la vida que había llevado por mucho tiempo y decidido seguir mi destino, y ser poeta. Regresaba a la isla en busca de sosiego e inspiración para volver palabra lo que que había visto y sentido en ese viaje incierto que es la vida. Volvía a la isla por mí, por los dos. Aunque ella me soñaba a orillas de otro mar. Mientras caminaba en mi mente resonaban las palabras del Talmud.

Si yo no soy para mí mismo.
¿ Quién será para mí?
Si yo soy para mi solamente,
¿ quién soy yo?
Y si no ahora ¿ cuándo?”

Con ellas me daba valor, porque no hay nada que produzca más miedo que ser uno mismo. Al fin, ser uno mismo. No ese vivir como si lo que nos es impuesto fuéramos nosotros. Sino dejar de  ser lo que no fui, soy o seré, y al fin vivir, vivir lo que soy: un poeta.

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