Yo
no comencé a ser extranjero en Alemania. Empecé a ser extranjero
desde muy niño. Al sentir que entre los otros y yo había una
frontera invisible, una línea divisoria entre la forma en que yo
percibía el mundo y la de los otros. Donde más a gusto me siento es
en mí mismo. Ese inmenso territorio que es mi mente es mi verdadero
hogar. Es el único lugar del universo donde no me siento extranjero.
No es que no me gusten los otros, al contrario, me encantan. Pero
hasta cierto punto. Y es en ese punto en que comienza la frontera
entre ellos y yo. A mi yo sólo entran, y solo a ratos, los que
conmigo son. Los demás que, también respeto y estimo, esa multitud
que conforma la mayoría, me hacen sentirme extranjero entre ellos.
Aunque hable la misma lengua, coma lo mismo, sienta de manera similar
y en mi mente habiten los mismos sueños,
miedos, incertidumbres y experiencias, no somos iguales. Hay
diferencias. Una de ellas es mi imposibilidad de aceptar como
legitima la autoridad de otro. La única autoridad que respeto y
acepto es la autoridad que nace del conocimiento, del dominio de un
oficio, de un arte o de un tema. Y aun así el derecho a disentir
permanece. Porque nunca debemos olvidar que la equivocación es
connatural al ser humano. Ahí es donde me vuelvo extranjero, en ese
momento en que alguien que tiene autoridad quiere obligarme a aceptar
su verdad, no porque tenga razón, sino porque ella o él tienen
poder. La mayoría se siente a gusto con esa forma tan arraigada
de convivir. Yo no. No soy inferior a nadie ni superior.
Tengo el deber, más que el derecho, de vivir en mis propios términos y, si alguien quiere obligarme a cambiar mi manera de pensar y de vivir, se enfrentará a mí y a mi capacidad de argumentar, de razonar y de ver el mundo. No siento que los seres humanos seamos libres. La libertad nos sirve de meta conceptual inalcanzable para buscar ser más nosotros. Tampoco he sentido por ello que seamos esclavos. Más bien es que nacemos limitados y está en nosotros agrandar el espacio mental en el que nos podemos vivir. Esa es la única libertad que pienso realizable.
Tengo el deber, más que el derecho, de vivir en mis propios términos y, si alguien quiere obligarme a cambiar mi manera de pensar y de vivir, se enfrentará a mí y a mi capacidad de argumentar, de razonar y de ver el mundo. No siento que los seres humanos seamos libres. La libertad nos sirve de meta conceptual inalcanzable para buscar ser más nosotros. Tampoco he sentido por ello que seamos esclavos. Más bien es que nacemos limitados y está en nosotros agrandar el espacio mental en el que nos podemos vivir. Esa es la única libertad que pienso realizable.
Rechazo
con todas mis fuerzas esa libertad que esgrimen algunos para
esclavizar a otros, para robarlos, para matarlos, para dar rienda
suelta a la barbarie a nombre de la libertad. Todos sabemos quiénes
son. Por ello no es necesario citar nombres. Sólo hay que leer la
prensa de vez en cuando y encontraremos a esos predicadores de la
libertad.
Excelente entrada. Respeto la opinión y me adhiero al argumento en su totalidad. Saludos.
ResponderEliminarJosé Vicente muy buena entrada. Al final lo cierto es que conociéndonos, somos.
ResponderEliminar