La
vida es un espectáculo. Tanto la tragedia como la comedia queremos
vivirlas, ser parte de ellas. Nuestro mayor deseo es ver y ser vistos.
Ser objetos del otro: que nos grabe en sus neuronas, que pasemos a
formar parte de esa memoria y que su mirada se quede en nosotros.
Ser atractivos, seductores, irresistibles. En pocas palabras:
vencer la indiferencia del otro. Hacer del otro parte de nuestra
puesta en escena. Vivimos para actuar. Actuamos para ser. Y al ser
somos vistos y vemos. La mirada nos une y nos motiva y nos lleva a
ser. Inventamos guiones, personajes que cada mañana nos ponemos para
salir a la vida y recoger miradas como aplausos. Cada mirada un
aplauso, una confirmación de nuestro ser. Si no fuéramos vistos, no
valdría la pena el diario vivir. Lo que no se ve, no existe.
Existimos para ser objeto y sujeto de miradas.
La mirada es
nuestra carta de presentación. Nuestro cuerpo es el lenguaje con el
que nos comunicamos. La fuerza nuestra está en el atractivo
corporal. El cuerpo no es otra cosa que la sensualidad vuelta
piel, curvas, ojos, suavidad, sensibilidad, manos y piernas. Cuerpo que se deja observar, que vive para ser absorbido por los ojos de los otros.
Más importante que tener alma es tener
ojos. Que esos ojos distingan entre tantos egos, el movimiento
ondulante de nuestro ego y las redes que lanza nuestra mirada al mar
de miradas de los otros para pescar el alimento esencial de la
existencia: atraer a otro, ser importante, imprescindible para ese
otro que será nuestro.
Es con los otros que somos reales. La
realidad es verdadera en la mente del observador. Objeto y sujeto de
miradas, al fin. Constatar en los ojos del otro nuestra existencia,
nuestra importancia, nuestra fragilidad, nuestra fortaleza, nuestra
supervivencia. La vida se hace a punto de mirar, de observar, de
aprender al otro. Memorizar sus gestos, su imagen, su sonido, su
olor, apropiarnos irremediablemente y a conciencia del otro. Esa es
la felicidad: compartirnos, entregarnos, ser a través del otro que
nos regala su atención. Este juego del espectáculo no es apto para
aquellos que no quieren ver. No
olvides que necesitamos ser mirados para ser eternos.
Un
día, amor, recordarás que nunca fuiste tan hermosa como en mi mirada.