jueves, 19 de enero de 2012

La coleccionista de miradas









"I'll be your mirror
Reflect what you are, in case you don't know
I'll be the wind, the rain and the sunset
The light on your door to show that you're home"





Al principio fue la mirada. De ella nació la atracción. Después vino el querer: ese querer ser parte del otro. Ser en el otro. Quererse. Desearse. Así surgió el amor que ellos tanto trataron de evitar.

Tener marido es tener un hombre de más y el resto de hombres de menos, pensó poco antes de aterrizar en Bogotá. Regresaba de las Islas después de haber dejado a su último amante con un no me quiero casar contigo y la boca abierta mientras el pobre la miraba entre admirado y pasmado. Había sido su mejor amante. La había hecho sentir el cielo en el cuerpo. Sabía mandar en la cama y eso le encantaba. De sólo pensar se mojaba de ganas. Él era el macho de su vida. Nunca le había parecido el tiempo pasado con un hombre tan bien aprovechado. Desde su cuerpo dorado y sus músculos fuertes y firmes hasta esa mirada de macho arrecho que tanto la había atraído de él la noche que se lo encontró en la discoteca. Fue deseo al instante. Fue su ligero acento extranjero y esa mirada burlona y segura lo que la dispuso  a ser de él. Él pensó que la había conquistado aquella noche pero no; ella había decidido en el instante mismo de reconocerlo entre la multitud que sería de ella. A los hombres les cuesta mucho trabajo convivir con la idea de ser presa y no cazador. Pero desde que ella fue consciente de su cuerpo y de la atracción que producía en ellos, fueron éstos los objetos de sus deseos. Los escogió por bonitos, por buenos, por mirones y, sobretodo, porque se habían fijado en ella. Ser deseada era algo que la volvía loca. La emocionaba y le daba un placer inigualable. Los hombres , de antemano, están predispuestos a caer. No lo saben, pero están a merced de ellas. De nosotras, pensó mientras sonreía y veía por la ventanilla del avión la Sabana de Bogotá cubierta de plásticos que escondían y protegían la riqueza de la tierra: las flores. Millones de flores que invaden los mercados americanos y europeos y dejan una estela de dólares a unos pocos dueños de cultivos. Durante varios meses todo funcionó de maravilla hasta que él empezó a querer imponer sus puntos de vista y a desear moldearla a la medida de sus necesidades. Craso error. A ella nadie la manejaba. Primero estaba la libertad antes que cualquier hombre. Y lo que se temía llegó una tarde después de haber nadado y comido en las Islas, él le propuso que se fuera a vivir con él, que compartieran cama, desayunos y sueños. Entonces, le clavó esos ojos de mirada soñadora y le dijo que no, sencillamente no.

Se paró y caminó hasta el cuarto sin determinarlo, tomó sus cosas y las empacó en la maleta. Pidió un taxi y se fue al aeropuerto y cogió el siguiente vuelo que salía para Bogotá. No tuvo necesidad de voltear a mirar para saber que había hecho lo correcto. Desde el día en que se había separado de su marido, después de doce años de matrimonio, se prometió jamás ser de otro, sólo de ella misma. La vida que le quedaba, y tenía mucha por delante, era para ella y para aquellos que aceptaran su libertad.

Un rumor de alas de mariposa, ella vuela constante detrás de una mirada, de un ser que la adore. Es la mariposa de las alas de oro que va tras él, el que lleva en su mirada la admiración. Ella, tan consciente de su cuerpo y de su atracción, muere por una mirada, por aquel que se quede detenido en su belleza. Entonces, agradecida, estremecida, entregada, gira, baila y ríe alrededor de su nuevo soñador. Le entrega una parte de ella que le deja en la memoria por haber conocido en un instante el cielo. Y luego, sigue volando en busca de otra mirada , de otro sueño, de ese único que, al fin, la adore como ella en el momento quiere. Es esa suma de instantes la energía que la lleva a ser cada día única para el afortunado que la puede vivir en su entrega total. Ella, coleccionista de miradas, cazadora de admiración, vuela a través del tiempo en busca de alguien que sea su espejo y le devuelva su imagen maravillosa, y la quiera. Ella es una mariposa libre y bella que vive para su destino: ser de un admirador por un instante y eterna en su libertad. Ella seguirá volando mucho tiempo después de que la vida nos haya olvidado.

Él venía con el corazón helado de tantos olvidos. Fascinado por la belleza sin igual de las mujeres que en el transcurso de su vida lo habían amado, había terminado por ser ciego a los demás. Vivió hipnotizado por ellas. Se entregó a la felicidad de ser amado por las mujeres bellas. Pocos tuvieron la suerte de él, el tímido, el retraído, el solitario. No buscó el amor. Fue éste quien lo encontró y lo devoró. La fuerza de su presencia, de su mirada, de sus palabras y sus gestos lo hicieron ser objeto del amor de las hermosas. Él sabía quererlas por ellas, por ser como eran, no deseaba lucirse con ellas, no eran sus trofeos, eran sus amores , su otra parte , su más amado yo. En sus brazos ellas fueron diosas, eternas y felices. En sus poemas leyeron y miraron su propia esencia, su sensibilidad, su ternura y su universo. Crecieron con el amor de él. Pero, también, aprendieron a continuar sin él, a dejarlo, a ser libres.

Él comprendió que ellas eran pasajeras, que eran verano ahora e invierno después de un tiempo. Sufrió adioses y olvidos. Terminó solo en un lejano país refugiado de su poder de ser amado y de la tragedia de no poder dejar de amar a cada una de las mujeres que lo quisieron. Decidió alejarse de el mundo, hundirse en sí mismo. No volver a mirar más allá en los ojos de una mujer. Recogió las redes de sus gestos y de sus palabras y aprendió a esconderlas en cuartillas que escribía cada día hasta agotar su capacidad de seducir. Las hojas fueron ocupando el espacio en el que vivía. Comenzaron a formar montones de recuerdos, de emociones, de imágenes de sus amadas, sus eternas adoradas. Las fue sacando de su memoria y las encerró poco a poco en las hojas amarillas que garrapateaba a todas horas cada día en cada mes de los últimos ocho años. Se llenó de papeles en los que ellas seguían viviendo a la espera de resucitar en la lectura de alguien. Él las ignoraba. Era su manera de sobrevivir al poder de la seducción que le había tocado al nacer en la rifa incierta de las virtudes y defectos.

La vida es un espectáculo. Tanto la tragedia como la comedia queremos verlas, ser parte de ellas. Nuestro mayor deseo es ver y ser vistos. Ser objetos del otro: que nos grabe en sus neuronas, que pasemos a formar parte de esa memoria y que su mirada se quede en nosotros. Ser atractivos, seductores, irresistibles. En pocas palabras: vencer la indiferencia del otro. Hacer del otro parte de nuestra puesta en escena. Vivimos para actuar. Actuamos para ser. Y al ser somos vistos y vemos. La mirada nos une y nos motiva y nos lleva a ser. Inventamos guiones, personajes que cada mañana nos ponemos para salir a la vida y recoger miradas como aplausos. Cada mirada un aplauso, una confirmación de nuestro ser. Si no fuéramos vistos , no valdría la pena el diario vivir. Lo que no se ve, no existe. Existimos para ser objetos y sujeto de miradas. La mirada es nuestra carta de presentación. Nuestro cuerpo es el lenguaje con el que nos comunicamos. La fuerza nuestra está en el atractivo corporal. El cuerpo no es otra cosa que la sensualidad vuelta materia. Materia que se deja observar, que vive para ser absorbida por los ojos de los otros. Más importante que tener alma es tener ojos. Y que esos ojos distingan entre tantos egos, el movimiento ondulante de nuestro ego y las redes que lanzan nuestra mirada al mar de miradas de los otros para pescar el alimento esencial de la existencia: atraer a otro, ser importante, imprescindible para ese otro que será nuestro. Es con los otros que somos reales. La realidad es verdadera en la mente del observador. Objeto y sujeto de miradas, al fin. Constatar en los ojos del otro nuestra existencia, nuestra importancia, nuestra fragilidad, nuestra fortaleza, nuestra supervivencia. La vida se hace a punto de mirar, de observar, de aprender al otro. Memorizar sus gestos, su imagen, su sonido, su olor, apropiarnos irremediablemente y a conciencia del otro. Esa es la felicidad: compartirnos, entregarnos, ser a través del otro que nos regala su atención. Este juego del espectáculo no es apto para ciegos. Necesitamos la mirada del otro para ser eternos. Nunca fue tan hermosa mi belleza como en tu mirada, me dirás agradecida algún día. Lo sé y eso es lo que importa.

Él había empezado a escribir poemas para ella varias vidas antes de conocerla. Fue al releer viejos textos archivados en el olvido que reconoció que ella ya estaba en esos versos anticipados. Cayó en cuenta que se habían empezado a acercar mucho antes de conocerse. Lo de ellos fue una serie de coincidencias o la trama burlona de la fatalidad. No lo sabría, pero no importaba, los dos se complementaron desde la primeras palabras que intercambiaron. No fue amor a primera vista. Fue reconocer al otro como parte de sí mismo. Fue ver en el otro la parte de un yo- nosotros más completo. Llenaron el vacío que cada uno traía por la ausencia. Se compartieron desde el principio. Dejaban al otro ser en ellos. Se miraron y se entregaron a la fascinación. Supieron reconocer en el otro su otro yo.

La quiso porque ella no quería ser de él. Porque quería ser libre y no tenía miedo a ser de él de vez en cuando. Serían uno cuando se compartieran, se olieran y se sintieran. Les unía la posibilidad de ser o no ser. Sin embargo, decidieron ser lo que la vida les trajera. No se impidieron el uno al otro. Se dejaron ser. Cada uno tenía un mundo y, a la vez, podían ser parte del mundo del otro. Él le gustó porque supo descifrarla, por dejarla ser y, sobretodo, porque le gustaba a él. Percibió la potencia de su mirada, de sus palabras y la propuesta de sus juegos. Todo podría ser, nada tendría que ser y lo más seguro es que todo sería en algún momento. Si no, sería lo que el momento les daba.

El silencio también los unía. Había momentos en que no era necesario decirse nada. La presencia del otro bastaba. Estaban ahí los dos haciendo sus quehaceres a diez mil kilómetros de distancia. La imagen y la voz a través de Skype los convertía en algo más que amigos, en reflejo y complemento del otro. Se hacían compañía, se hacían confidencias, se apoyaban, se hablaban, se conocían, se divertían, se sentían cercanos al otro. Eran una pareja de comienzos del siglo XXI.

Se pensaban y querían contarse las anécdotas del día. Se hacían falta algunas noches que les parecían especiales y únicas para compartirse. Se daban al otro con generosidad. Se querían de una manera nueva. Eran felices unidos por la etérea e invisible línea del cable transatlántico. Cada uno tenía una vida propia y sueños y amigos distintos, pero las horas que eran del otro, entonces había más química, pasión y alegría que en las parejas reales enfrentadas a su propia limitación.

Ella quería ser el sol para él: inalcanzable, lejano, pero protector, dador de vida, que lo llenara de alegría, que él la adorara, pero que hiciera su propia vida. Ser querida, ser adorada, más no, que se enamorara de ella. Que cada día fuera un comienzo, un volver a empezar. Que nada los atara, que nada los hiciera únicos, que fueran libres. Dos individuos que se atraen, pero que no se dependen. Que se complementan, pero que son autónomos. Ella quería de él su afecto, su atención, su sabiduria, su risa, su hoy, pero no que dejara de ser único, libre y feliz. Para ella la felicidad estaba en ser siempre dos, en saber que quizá después no, pero ahora sí. Vivir el instante y dejar el mañana libre para la vida. Ella quería quererlo, pero no atarse a él, no ser de él ni de nadie. Ser de la vida, para la vida, siempre por la vida y tras la vida. Ésto pensó él el día en que ella volvió a hablar con él. Mirando hacia atrás, notó que en el instante en que algo termina, el que lo ignora es patético, ridículo. Lo que antes tenía sentido, se vuelve trágico, inmundo, odioso para el que lo lee.

Así como el azar los unió, esa tarde de noviembre cuando el otoño golpeaba con fuerza y lluvia las ventanas del apartamento, ella le dío la noticia rara. Él supo al leer ese te tengo que dar una noticia rara que todo había terminado. Eso siempre se sabe de antemano. El más ligero cambio en el comportamiento del otro es una alerta segura. Nunca falla. Y así fue. Había otro. Es decir ya no era el otro. Era, como se lo había escrito unos días antes en un instante de premonición, su mejor vieja amiga. Él detestaba ser el mejor amigo de una mujer. Quería ser amado, odiado o ignorado por las mujeres. Pero no ser su amigo, ser querido como un amigo. Nada es tan deprimente como ese banal y vacío te quiero como un amigo.

El ritual de la despedida lo celebraron con la misma certeza que se habían querido: haciendo como si nada, como que todo estaba bien. Aunque los dos sabían que estaba mal. Pero así son los finales. El fin no es mas que el ultimo término de algo que ya no es. Si fuera todavía algo, no sería final. Era el final, al fin.

Recogió con aparente tranquilidad, con ademán sereno todo lo que le había escrito y lo llevó hasta la basura y lo desapareció. Borró lo mejor que pudo todo rastro de él que estuviera en la red. Suspiró buscando el aire que la noticia le había quitado. Las emociones lo ahogaban. Miró por última vez ese ayer que ya no era suyo y hundió la tecla de borrar todo.