miércoles, 27 de julio de 2011

Su mirada



Sin embargo, en la mirada 
guarda una esperanza,
una promesa,
una posibilidad,
un delgado hilo que la une a los demás,
es él que nada en sus ojos,
que no la deja,
que no la abandona.



Será que del mar vendrá un día el poeta soñador que la vuelva a inventar, que le dé el soplo fresco del amor, que la lleve entre sus brazos al paraíso perdido, al placer y al deseo.

jueves, 14 de julio de 2011

Atardecer



Al atardecer de su ternura
está su deseo
dispuesto a jugárselo todo por un día más
donde vuelva el amor
a posarse en su cuerpo
y pueda arrojarse al fondo del mar
en busca de un corazón perdido.



Llueve en una tarde de verano. Cae a chorros la lluvia sobre su vida. Ella está empapada de esperanzas. Su imaginación vuela a través de sus ojos hasta posarse lentamente en él. Su sueño. Detrás del agua, al final del arco iris ellos se encontrarán algún día.

lunes, 11 de julio de 2011

Llueven eternidades


Una dulce sonrisa de sus ojos basta
y en él ya nada es lo mismo
es feliz
todo lo olvida
sólo vive para ese instante
en que el amor se desprende de ella
y llueven eternidades
en su cuerpo.



Ella se ofrece con tan delicada decisión a salvarlo de naufragar en la tristeza. Ella es todo lo que se puede desear para volver al paraíso. Para sentirse eterno en esta playa solitaria al final del mar.

Fotografía de Nacho Frutos.

domingo, 10 de julio de 2011

Suave su ausencia


Suave su piel,
suave su risa,
suave toda ella,
suave como la brisa,
suave su mirada,
suave ella,
suave su adiós,
suave su ausencia.


Cuando duerme todo vuelve a ser perfecto, porque él sigue soñándola.

viernes, 8 de julio de 2011

Un mar con una niña linda



Erase una vez
un mar con una niña linda
de ojos azul cantábrico
piel del color del oro
y una promesa en la boca,
que vivía en él sin saberlo ni quererlo.


Los ojos tan azules que se reflejaban en la ventana del tren esa mañana de otoño acababan de cumplir los once años. El vidrio estaba cubierto de escarcha medio derretida. Eran las siete de la mañana y la temperatura no pasaba de los nueve grados. El aire del mar llegaba hasta el borde del tren y desaparecía hacía el sur. La niña linda miraba el paisaje conocido del Cantábrico. Pensaba en un país lejano que no había visto nunca, pero que sabía estaba lleno de palmeras, de días de sol y donde el mar era cálido y amigo de todos. Donde ella un día iría en busca de su destino. Un destino condenado a la felicidad. La niña suspiró y se acomodo en la silla mientras tomaba con fuerza la maleta del colegio.

miércoles, 6 de julio de 2011

Lo que hay detrás del rechazo a Chávez



Doble moral adobada con clasismo y racismo.

A Chávez se le acusa de saquear a Venezuela. No sé si será cierto. Pero supongamos que sí: los saqueos de Venezuela existen desde su independencia. Sólo que antes saqueaba la oligarquía y entonces estaba bien. Pero ahora que tenemos al zambo saqueando y fuera de eso mejorando la vida de los pobres (Acaso Uribe no nos demostró que los pobres no tienen derecho a la tierra, a la vida ni a nada de nada). Es tan obvia la doble moral de la autodenominada "sociedad" frente a los mestizos, zambos, negros e indios.

Si un artículo nos explicará cómo  partidos como el Copei  o AD saquearon durante décadas a Venezuela, permitirieron los monopolios, mantuvieron a los pobres en la pobreza -porque no nos digamos mentiras, los barrios pobres que rodean Caracas existían antes de Chávez- porqué ellos no eran "malos" como Chávez. Es más, Chávez logró el poder gracias a que la oligarquía venezolana saqueó a Venezuela sin escrúpulos. La mayoría de ricos venezolanos que tanto se quejan de Chávez fueron beneficiarios de ese saqueo.

La realidad es que cuando los poderosos de siempre pierden el poder se prende la maquinaría de la desinformación: verdades a medias, lo que antes era costumbre ahora es delito, lo que ellos hicieron hecho por otros es anti democrático, etc ,etc.

Y lo que en el fondo menos le perdonan los criollos y oligarcas a Chávez es ser un zambo, un mestizo, un advenedizo, uno que no es de nosotros, ( nuestra herencia criolla: la tienen todos sin excepción desde los criollos disfrazados de socialistas que hablan de “sumercé” y viven en la Candelaria, los criollos solidarios que estudian en la Nacional, los criollos que vivimos en el extranjero y todo lo criticamos desde nuestra “comodidad” y los criollos clásicos que no niegan su clasismo)

Porque en el fondo la existencia política de Chávez, Evo Morales y Humala es la lucha de clases que vive el continente. Los oprimidos, poco a poco, recuperan sus derechos, los ejercen y moldean un país más a su imagen y semejanza que a conveniencia de los criollos.

domingo, 3 de julio de 2011

El muerto que no quería morir






Morir es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de
Vocación...”

Sylvia Plath

De repente emerjo de una ola y me doy cuenta de mí. Todo a mi alrededor está oscuro y parece que no estuviera ahí. Miro hacia el norte, al sur, al este y el oeste mientras respiro con dificultad. Pero no estoy en el mar como parece, sino en en una habitación. Sé que acabo de morir. Estoy presente en el día de mi muerte y soy un observador atento de ese estado nuevo para mí. No tiene sentido, lo sé. Pero estoy del todo muerto. Miro con los ojos cerrados. O mejor, sin los ojos. Desde mi memoria. Desde mi imaginación. Desde alguna parte de mí se ve el techo. También el resto del cuarto y no hay un ángulo que no vea. Estoy en todas partes de la habitación y observo desde todas ellas lo que me rodea. Miro a mi alrededor y todo lo veo.

Estoy consciente de mí. Tengo una sensación de tranquilidad, de estar bien de una forma neutra. Me siento como cuando uno está viendo una película, que todo lo vive, pero no lo siente. Es una nueva sensación para mí. Una conciencia distinta de lo que ahora soy. Como si fuera una memoria viviente. Más que un ser con memoria. Eso es: soy la memoria de lo que fui, desplegada en el espacio y en el tiempo. Pero, por ahora, permanezco en el presente. Estoy acá en medio de mi muerte viviendo, observándome. No tengo la capacidad de desconcertarme. Es natural todo lo que me pasa. Es una nueva normalidad la que tengo. Ahora no abarco sólo mi cuerpo, ni me desplazo, ni siento. Sólo estoy .Acá. Ahora. Yo o mi memoria.

El día no lo recuerdo. Lo que sentí fue un rayo en medio de la calle y al volver a abrir los ojos supe que estaba solo. Definitivamente solo. Sin nadie. Todos seguían a mi alrededor, pero yo no existía para ellos. Me hice invisible. Sobraba. Ya no era parte del mundo. Seguía entre ellos y no me percibían. Yo sabía que estaba solo. No sentía miedo, ni frío, ni emoción alguna. Era un observador de lo que sucedía alrededor mío. No participa en la acción. El mundo me había borrado de su memoria. Más yo permanecía en el mundo. O algo de mí que observaba cosas.

¿Es esto un recuerdo, mi imaginación o qué es? ¿Qué me pasa? ¿Por qué no siento angustia o miedo o soledad? ¿Dónde estoy? Y entre otras, ¿quién soy yo? En fin que estoy muerto y no me había dado cuenta. Ahora, ¿qué tengo que hacer? ¿Qué va a suceder? Estoy acá y no sé si debo moverme, si puedo moverme o si estoy suspendido en este estado.

Veo a alguien. Se inclina sobre mi cuerpo que está boca abajo. Voltea mi cuerpo y me mira. Yo veo la escena desde otro ángulo. El cuarto en el que estoy ya no es un cuarto. Se convierte en una calle. Parece fría. Yo llevo una chaqueta. Mejor dicho, mi cuerpo lleva una chaqueta marrón con cuello de piel. Tengo los ojos cerrados. El pelo me cae sobre la frente. La boca la tengo medio abierta. Junto a mi mano hay un revolver. Yo no me acuerdo de que supiera disparar. Los que me observan son todos hombres y hablan entre sí. No oigo lo que hablan. El que se agachó, se levanta y habla con los otros. Otro se inclina y busca en mis bolsillos. Saca mi billetera y unas llaves. Hay uno que parece el jefe y está buscando algo dentro de la billetera. Mira mi cédula de ciudadanía. Mira a los otros y les sonríe. Todos parecen contentos. Aunque no reconozco a ninguno. Es de noche y la calle está húmeda. Los hombres se acomodan la solapa de la chaqueta sobre las orejas para protegerse del frío. Se están alejando del sitio en que permanezco tirado por la calle en medio de la oscuridad. Una tenue luz alumbra el lugar, pero no ubico dónde está. Mi cuerpo se queda solo en medio de la noche. Veo paredes de ladrillos color café. Parece un barrio pobre. Vuelvo a estar en mi habitación y estoy flotando sobre mi cuerpo. Me he quedado solo. Estoy tranquilo. No sé quién soy. Ni por qué de muerto sigo consciente o ¿qué es esto que vivo o siento? ¿Será un sueño? La habitación gira y estoy de cabeza mirando desde el suelo hacia la cama donde estoy muerto. Veo mis dedos que sobresalen de la cama. El cubrelecho y el techo. No estoy seguro si es de noche o de día. Espero. Sé que estoy a la expectativa, pero no sé por qué. Si durará mucho antes de que algo pase o si no sucederá nada. No me importa si todo permanece igual. No siento nada, ni calor, ni frío, ni dolor, ni placer. Estoy y me veo o me imagino. Eso no lo sé. No sé si el tiempo transcurre o si es sólo un instante. Mi cuerpo y yo permanecemos a la espera.

Sigo tirado en la cama de un cuarto y, al mismo tiempo, estoy abandonado en una calle en la mitad de la noche. En mi cuarto sé que estoy muerto y en la calle sé que he sido asesinado. ¿Por qué estoy en dos lugares a la vez? ¿Es mi imaginación la que me está jugando una mala pasada o es la realidad la que se burla de mí ¿Estoy en medio de un sueño incomprensible? Nada parece real. Si es un sueño, ¿por qué no siento nada? Cuando tengo pesadillas mi cuerpo siente angustia, siente que se va a morir, que no puede respirar. Ahora sólo estoy acá observando y meditando sobre lo que me pasa. Aunque no pasa nada en realidad. Antes de que suceda intuyo que alguien se acerca, pero no son los tipos que antes me habían esculcado. Presiento que son mujeres. Sí, son tres mujeres de distinta edad: una es muy joven, la segunda es ya una mujer y la tercera es una anciana. Están pálidas y visten trajes antiguos y vaporosos. No caminan, sino que van de puntillas. Me observan mientras pasan a mi lado. Van mirándome despacio y pegadas a la pared. Se detienen. No se mueven. Están estáticas. Yo espero qué va a pasar. No me inquieto.

De tanto que me observan desde su inmovilidad las reconozco. Las he visto en la caja tonta. Sí, ellas salen en la pantalla chica que invade mis sentidos parte de la noche y el día en que me divido durante veinticuatro horas. Claro que ellas no me conocen. Notan que sé quienes son y se miran riéndose. Vuelven a moverse por la pared. Se están elevando. No tocan el piso . Flotan y me llevan con ellas. Dejo atrás mi cuerpo abandonado. Estoy con ellas. Nos desplazamos a la velocidad de la imaginación. Creo que estoy en el cerebro de una de ellas. Espero que sea la joven. Está divina. Veo caminos verdes fosforescentes de neuronas por las que se desplazan a gran velocidad bolitas refulgentes de luz. Son los pensamientos de ella. De la joven. Soy parte de su pensamiento. Pero a mi alrededor predomina el negro por el momento. Sé que va a cambiar de un momento a otro. Este espacio en el que me hallo será diferente y más acorde a mis necesidades y conocimientos humanos. Estamos en mi casa. Parece un tiempo anterior. Es un día esplendido. La joven camina por la casa. Me mira con la mirada de mi amor. Es mi esposa. Se acerca a mí y me abraza. Me besa con ternura mientras me acaricia el cuello. La quiero. Me gusta su olor. Sólo se percibe si uno se acerca al cuello lo suficiente. Yo lo llamo el olor del amor. Sólo es para quien se quiere. Los demás no lo sienten . Es mío. Me toma de la mano. Vamos hacia la habitación. Creo que me va a decir que está embarazada. Vamos a tener una hija o un hijo. Me la imagino con barriga. Estoy alegre. Soy joven y fuerte. El mundo me pertenece. La joven nos observa detrás de la puerta. Yo la veo de reojo. Me va a llevar lejos. Estoy nadando en las playas de San Luis en San Andrés. Son los años setenta. Estoy con mi amada amiga. Nadamos hacia los arrecifes. Llevamos una colchoneta para ponernos al sol. Estamos desnudos y nos tocamos. El agua se siente agradable. Se siente agradable...estoy sintiendo. Entonces, no estoy muerto. Hay un flashback y estoy otra vez tirado en medio de la calle. Debe hacer frío. Todo está mojado. Mi muerte está empapada. A nadie le importo. No sé cuánto tiempo llevo ahí. Nadie me extraña. Tengo que esperar en esa posición. Si estuviera vivo, ya me hubiera movido. Se ve incomoda.
Si, al menos, hubiera conocido a Kim Bassinger durante mi vida podría pasar el rato pensando en la forma en que nos encontramos en esa cafetería de Montana una mañana inexplicable de un otoño lejano. Ella se sentó a mi lado y pidió una malteada de fresa. No hay nada más rico que una malteada de fresa. Se la tomó con un pitillo mientras ponía los labios en forma de beso. ¡Qué labios! No entiendo, si yo estaba a su lado, cómo pude verla de frente. Y sus labios en un primer plano. Debe ser la tecnología moderna de mi cerebro. Pero no la conocí y tengo los ojos cerrados .Sé que estoy muerto y hace frío. Yo no puedo sentir ese frío que cubre mi muerte. Sólo veo la luz tenue de la oscuridad.
Ahora estoy en el cuarto. Mi cuerpo está boca abajo sobre la almohada. No estoy tan seguro de estar muerto. Parece, más bien, que duermo. Pero estoy en una calle imaginaria en el centro de Bogotá. Esa calle ya ha salido en sueños anteriores. Es una calle que me conduce a las dificultades y luego a las pesadillas. Es el principio de la angustia. Sin embargo, no tengo ni rastro de miedo. Me paro en una esquina y observo la ciudad con calma con su cielo gris, sus árboles de hojas secas o amarillas, un olor a gasolina quemada y buses llenos que pasan frente a mí. Otras veces, he tomado la dirección que lleva a las montañas. En este momento no me muevo y vuelvo a mirarme en el cuarto. Parece un cuarto de clínica. No hay nada en sus paredes y éstas están pintadas de esos colores cremas típicos de hospital. Lo curioso es que en este cuarto la luz no produce sombras sobre nada. No hay sombras. Todo es claro. Plano y de colores. El volumen de los objetos es imaginado. Nada es real. Salvo que estoy ahí y me miro constantemente. No puedo decir que estoy esperando algo. Estoy, a secas.

La segunda mujer ha regresado sola por mí. Es pelirroja y tiene pecas por toda la cara. Detrás del velo se le ve un cuerpo espectacular. Quiero verle las tetas. Las tiene redondas como manzanas y los pezones son de un color dorado rojizo. La deseo. Quiero hacer el amor con ella. Quiero abrazarla. Ella nota el efecto perturbador que produce en mí. Mi cuerpo está tirado sobre los adoquines de la calle y sólo pienso en tirarme a esa mujer tan buena. Sé que me va a llevar a un lugar de su memoria. Estoy ahí en esa nueva idea que deslumbra. Estoy en un estudio muy grande entre nubes de gas blanco y las paredes están pintados de azul. Alguien quiere que yo piense que estoy en el cielo. No es así. Es sólo un estudio en el que me veo caminar de izquierda a derecha y me veo de perfil. Visto un pantalón y una camisa de manga corta. No veo el pantalón, pero se que lo llevo puesto. La camisa es clara y a cuadros. Parezco en una de esas películas americanas sobre hombres que llegan a entrevistarse con Dios y luego vuelven a la tierra para cumplir una misión. Me parece ridículo. Me bajó de esa imagen y quedo contra la pared de ladrillos en esa noche interminable que estoy viviendo. Me viene a la memoria un comentario que hizo mi hijo mientras veíamos en la tele el informe sobre un accidente automovilístico. La muerte de uno no le interesa a nadie. Ni siquiera importa cómo se llamaba uno. La tele sólo muestra el accidente como una cifra más de una estadística macabra. Uno nace solo, vive solo y muere solo, pienso. Y sueña solo, debo agregar mientras me río. Cómo puedo reírme si no estoy en un cuerpo. Soy memoria o imaginación o recuerdo olvidado. Se abre una puerta que está enclavada en la parte superior de una pared por donde aparece el sol radiante. Me ciega. Me protejo los ojos con la mano. Quiero que se cierre la puerta. No deseo pasar por ella. No quiero saber que hay detrás de ella. La segunda mujer se apareció flotando en el aire con el pelo alrededor de ella. Cada vez que se acercaba a mí cambiaba de color: primero, el pelo era rojo, luego, blanco, después, azul y,al final, amarillo. Me sonreía y me hacía señas para que me acercara. Yo permanecí mirándola. La veía fascinado cuando me dijo “Yo soy tu destino”. No la vi más. Era el primer día de colegio de mi hijo. Nos habíamos levantado temprano y estábamos él y yo en la puerta de la casa esperando a mi amada. Se demoraba. Hoy era un día muy importante. Yo tomaba de la mano al niño y él bamboleaba la lonchera. Mi mujer lloraba desconsolada en la habitación con vista al monte. Derramaba lágrimas por no poder afrontar las cosas vitales de los otros. Ella vivía para sí. Supe que estábamos solos. He vuelto al cuarto y me veo mirando la almohada y a mí al mismo tiempo.

La vieja ha llegado con la lluvia que no para de caer en medio del bosque tropical. Se oyen los sonidos de la selva: animales chillando, pájaros cantando, animales que se deslizan por entre las raíces de los árboles y que trepan a ellos. Entre mis pies pasa un ejercito de millones de hormigas rojas. La lluvia me ha empapado la memoria y cierro los ojos para no perder de vista a la vieja que permanece impertérrita bajo el agua que no para de caer. Mi camiseta se alarga sobre mi cuerpo por el peso del agua. La lluvia no cede y el ruido tremendo que hace parece un rayo eterno. Soy un niño que no tuvo bicicleta y debí correr detrás de todos mis amigos que sí tenían bici para poder estar con ellos. Cuando se cansaban podía dar una vuelta en la bici de alguno de ellos. Eran breves momentos de felicidad. Siempre está en manos de otros nuestra vida. Somos señores de nuestra imaginación. Ni los sueños ni la realidad nos pertenecen. La vieja no habla. No quiere hablar. Desea que yo adivine por qué está acá. Sólo falta que me diga que es la Parca. Me sonríe y me da a entender que es Átropos “la inflexible”. Ella es quien coge el carrete del hilo de la vida y lo corta con sus tijeras de oro, sin importar la edad, la riqueza, el poder, ni ninguna prerrogativa y así ésta llega inevitablemente a su fin. No me lo puedo creer. Más, lo sé. Esa frágil mujer vieja y andrajosa tiene el fin de mi destino en sus manos. Estoy nuevamente tirado en la calle que hiela, en el día de mi muerte. Han vuelto las tres mujeres a acompañarme un rato más. Están prendidas a la pared como si fueran tres muñecas inertes perdidas en mi memoria.

Estoy parado frente al mar Báltico. Es el comienzo del invierno. Un sinfín de olas se acercan a la playa con furia y crestas blancas de espuma cabalgan sobre ellas. El viento sopla con fuerza y el horizonte se pierde entre el gris del cielo y el negro del mar. El cielo está encapotado. No hay nadie en la playa. No existe nadie en mi vida. Estoy solo. El momento me pertenece. Sólo yo. No hay más moiras. No hay sueño, ni imaginación, ni muerte. Está amaneciendo y pronto he de despertarme. Recuerdo entre brumas que estoy muerto en una calle helada en algún lugar de mi memoria.

 Son las seis de la mañana y en quince minutos sonará el despertador y podré girar mi cabeza de la almohada que no me deja respirar bien y moveré todas mis extremidades que han permanecido rígidas y entumecidas por la quietud mientras sueño que no quería morir solo en una calle desconocida en un lugar en que nunca estuve. Y, si no suena el despertador, y sigo dormido para siempre...