martes, 31 de mayo de 2011

Verona



Estoy sentado observando como la primavera se sube a cada rama de los árboles y mientras las besa va dejando un montón de capullos de futuras hojas. También me miro y veo como el otoño de la vida se ha posado en mí. Me absorbe y me transforma. A pesar de mí, soy un constante cambio: voy dejando yos atrás que nunca han de volver. Leo en voz alta una cita de Pavese que lleva tanto dolor y verdad en ella que me estremezco:

"No nos matamos por el amor de una mujer- escribe, poco antes de suicidarse- nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada"
Cesare Pavese nunca tuvo suerte con las mujeres. Se la pasó amando, fracasando, odiando y derrotándose ante ellas. Su vida y obra muestran el lado trágico de la vida. Su último amor, Constance Dowling, actriz americana, pasará a la historia de la literatura, pues es a ella a quien Pavese dedicó su poema más famoso y bello. Poema que fue encontrado junto a él después de haberse suicidado en Turín el 27 de agosto de 1950.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra vana,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando te inclinas sola ante el espejo.
Oh querida esperanza
también nosotros aquel día
sabremos que eres la vida y eres la nada!

La muerte tiene una mirada para todos.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
será como abandonar un vicio,
como ver que emerge de nuevo
un rostro muerto en el espejo,
como escuchar un labio cerrado.
Descenderemos, mudos, al abismo.


Verrà la morte e avrà i tuoi ochi.
questa morte che ci accompagna
dal matino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Così li vedi ogni matina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.
Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoi ochi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.

No puedo dejar de pensar en que la vida nos da cosas bellas aun en los momentos más trágicos y tristes de ella. Lo que para Pavese era su fin, para la literatura y la humanidad es un poema único por su belleza y hondura. En la vida lo bueno y lo malo llevan en su esencia, más que su propia realidad, la poesía que nos hace posible soportar lo imposible. Intuyo que la poesía no es otra cosa que nuestra capacidad de ver e intuir más allá de lo obvio.
Me desperezo y cambio de posición en la silla. La tarde se va perdiendo en el horizonte y la oscuridad se asoma a la ventana. Hay paz en mi vida. Sé que estoy cambiando, pero no sé bien qué está dejando de ser en mí. Al fondo Bach me envuelve con el sonido casi humano del chelo en su preludio de la Suite No. 1 para chelo. Este estar en mí y el universo debe ser lo que algunos llaman el nirvana. Un paso para mí anterior al no ser. Me siento bien, silencioso, tranquilo, único.
Pero mi vida no estaría completa sin Laura. Así que de repente, sin previo aviso, a quemarropa suena el teléfono en el momento en que la oscuridad de un mordisco se vuelve noche y se va a dormir. Dios, qué horas para llamar, pienso. Mi mente no da muchas vueltas y sé que Laura es la única que puede llamar de pronto para hacerme una propuesta loca.
Así es. Laura privada de la risa me dice que está en Verona por un par de días en la quinta de unos amigos en el valle donde están los famosos vinos de Valpoliccella; que ya compró el tiquete de avión y que debo estar en el aeropuerto de Colonia a las siete de la mañana del viernes para tomar el avión de Germanwings. No alcanzo a decir nada cuando ya ha colgado después de decirme que me espera en el aeropuerto Villafranca de Verona. Mi cabeza da vueltas: Verona con su Arena, donde en el verano se oye la ópera de Nabucco y su famoso coro de los Prisioneros. Verdi compuso esta ópera para llamar a la unidad de Italia haciendo la alegoría del pueblo judío durante su cautiverio en Babilonia; con ese pequeño equipo Chievo Verona que por una vez ganó el título de la liga italiana; la ciudad de Romeo y Julieta; una de las ciudades más ricas de Italia y la ciudad donde me espera Laura.
No tengo tiempo que perder, voy a hacer las maletas.

Fue un viernes largo. Desde el amanecer hasta bien entrada la madrugada del sábado estuve en constante movimiento. Sin pausa, sin reposo y con ganas de más, sobretodo, de más Laura.
Al amanecer, con la ciudad todavía a oscuras, tomé el bus hasta el Hauptbahnhof de Bonn. Allí cogí el bus que me llevó al aeropuerto de Köln-Bonn. Germanwings tiene su base principal acá. Esta empresa es de la Lufthansa y compite en el segmento de las aerolíneas baratas. En realidad no son tan baratas al terminar uno de pagar un sin fin de arandelas. El vuelo va lleno y llegamos a Villafranca, el aeropuerto de Verona, a la hora programada. Laura está esperándome a la salida. Está vestida de los pies a la cabeza de negro con un foulard verde fuerte que hace resaltar aún más sus maravillosos ojos. Su sonrisa es única y la manera en que detiene su mirada en medio de mí y me acoge es como llegar al cielo. Esa mirada tiene tanto de mí que por momentos siento que en ella va mi vida entera. Nos abrazamos con fuerza como si tuviéramos susto de no ser reales. Me coge de la mano. ¡Qué placer!. Esas manos que hablan por los dos. Por momentos ella recuesta su cabeza en mi hombro. Sonrío y le beso la cabeza con ternura.
Nos subimos a un monstruo de BMW X6 de color blanco. Están tratando de imponer este color en el muy conservador mercado alemán con relativo éxito, pues la mayoría de los carros en Alemania son negros, plateados o azules oscuros. Le pregunto a Laura que qué tipo de monstruo es este auto: ¿si carro o camioneta o qué carajo es eso? En todo caso, por dentro se siente uno como un rey. Ella sólo se ríe y me responde que qué importa si total soy el único hombre que conoce que no le importan los carros. Y tiene razón. Mientras me lleven de un lado a otro y se vean bonitos y los pueda pagar, es lo que me interesa. Tomamos la A 22 y en media hora estamos frente a la entrada de una antigua casa rodeada de viñedos. Espectacular. Laura me cuenta que se llama Villa Aurelia pues Marco Aurelio ya la habitó en época de los romanos. Cátulo solía pasar algunas temporadas en ella. Quizá escribió alguno de sus famosos poemas en esta villa que me espera. La villa pertenece ahora a unos ricos industriales de Verona, de cuyo nombre no debo acordarme.
Apenas tengo tiempo de dejar mis cosas en una habitación espaciosa y luminosa, a pesar del día que está un poco encapotado, ducharme y cambiarme de ropa, cuando Laura ya está en la puerta recostada contra el marco. No sé si hace un rato me está observando o acaba de llegar. Viene por mi para que nos vayamos a turistear la ciudad.
Me encanta ver a Laura manejando. Puedo mirarla a gusto. Memorizarla mientras ella está atenta al camino. De ella me gusta todo: su pelo del color de las avellanas, sus ojos verdes que saben derretirme en una mirada, sus manos que toman las mías y me dicen te quiero, su cuello por el que mis besos suspiran y su cuerpo maravilloso. La adoro. Me dice que mire el paisaje que es único y le respondo que eso hago y que sí, que ella es única. Se voltea y detiene sus ojos en los míos, y sonríe. Estoy enamorado de ella, y lo sabe. Se sabe de memoria lo que siento aún antes de que lo piense. Laura es el amor de mi vida.
Verona está a orillas del Adige, que baja de los Alpes y se pierde hacía la llanura del Po, donde desemboca en el Adriático. La ciudad tiene mucho de una fortaleza militar. Por su posición geográfica era vital para el comercio y lugar estratégico de las luchas entre la república de Venecia y la otrora poderosa Austria al norte. La ciudad sobresale por su cantidad de palacios, plazas, iglesias, puertas y museos. Ni hablar de la casa de Julieta, donde todos los ingenuos( perdón, enamorados) de este mundo van a limpiarle la teta a Julieta. Nos recorrimos la ciudad a pie y pasamos por todo lo importante y también por las calles anónimas donde viven los veroneses de carne y hueso.
Ya en la noche, al fin nos paramos a descansar y tomarnos algo en uno de los cafés de la ciudad. No recuerdo ni el nombre, pues estaba muerto de caminar y sólo quería sentarme, beber un gran vaso de agua y nada más. Una vez más pienso que debo comer menos y moverme más. Estoy rendido y Laura ni se ha mosqueado. Supongo que paró más por consideración a mi pésimo estado físico que al suyo que está en excelentes condiciones. Pido un vaso de agua y ella un vino tinto. Me coge la mano y calla. Disfrutamos el silencio entre los dos y el rumor de las conversaciones ajenas. Respiro profundo esta atmósfera única de la ciudad. Un grupo de estudiantes, vestidos a la usanza de la Edad Media, se ha parado frente al café y han empezado a actuar. Laura se levanta y me arrastra afuera para verlos y oírlos.
Están recitando el diálogo entre Faetón y Valentín de “Los dos hidalgos de Verona” de Shakespeare. Llegamos en el momento en que comienza Valentín a decir:
Y ¿por qué no la muerte antes que tan atroces sufrimientos? Matarme es separarme de mí mismo; y Silvia es mi persona. Desterrarme de su lado es arrancarme de mí mismo... ¡Horrible destierro! ¡Qué luz es luz si no veo a Silvia! ¿Qué placer es placer si Silvia no está a mi lado, a no ser que sueñe que está allí presente y que la imagen de la perfección venga a ser alimento de mi vida? Si de noche no estoy cerca de Silvia no tiene armonía el ruiseñor. Si de día no contemplo a Silvia es todo sombras y el caos para mí. Ella es mi esencia. ¡Yo no puedo vivir sin ser nutrido, iluminado, protegido, sostenido en la vida por su influencia bienhechora! ¿Qué es la sentencia de muerte? Sustraerme a ella no es escapar de ella. Si me quedo, muero. Pero ¿y si me alejo? ¡Me separo de mi propia vida!”
Al finalizar el diálogo, Laura se abraza a mí con fuerza. Está llorando y yo tengo un nudo en la garganta. Por un instante hemos sentido el dolor profundo del amor de los que aman imposibles. Estamos abrazados en una calle perdida de Verona, emocionados y detenidos en la eternidad de nuestro destino. Laura sigue abrazada a mí y yo le beso con ternura el pelo.

lunes, 30 de mayo de 2011

Un peso en el corazón

















Y casi no sé más. Yo sólo aspiro
a estar contigo en paz y a estar en paz
con un deber desconocido
que a veces pesa también en mi corazón.

Antonio Gamoneda






Bonn, 1 de octubre de 2010

Garaine recordó las palabras de su madre sobre los hombres: todos son malos y sólo quieren una cosa de nosotras. Se sumergió bajo una ola y nadó hasta salir detrás de ella y siguió nadando hacia la línea del horizonte que se refundía con el cielo en la lejanía. Nadar cada mañana durante una hora era su manera de recuperar la cordura, la sensatez que tanto necesitaba para enfrentar cada nuevo día. Media hora nadaba mar adentro y media hora de regreso hasta la playa. Una hora de esfuerzo continuo que le eliminaba toda la mala energía que había acumulado. Desde los siete años nadaba desde finales de la primavera hasta bien entrado el otoño mientras el mar no estuviera muy frío o no cayera un aguacero.

Al regresar a la playa y salir caminando del mar sintió sobre su cuerpo el aire fresco de la mañana y su piel se erizó. Corrió sobre la arena hasta el lugar donde estaba la toalla y su bolso que siempre llevaba a la playa. Se secó con fuerza para entrar en calor y se sentó a reposar por un momento. Qué habría pasado en la vida de mi madre para que odiara tanto a los hombres y para que nunca hablara de su padre. El silencio terco y, a veces, agresivo de su madre sólo aumentaba su curiosidad. Un día tendría que saber todo sobre sus padres. Era un espacio vacío en su historia que la hacia sentir vulnerable y diferente a los demás. Todos sus amigos y conocidos hablaban sobre su familia, sobre lo bien o mal que se llevaban sus padres, del odio o del amor que había entre ellos. Pero Garaine tenía que callar y cambiar de tema para no tener que confesar a todos que ella no sabía nada de su pasado, pero que presentía que había algo mal en él.

La playa estaba medio vacía a esa hora de la mañana. Un par de hombres corriendo, una mujer caminando por la orilla del mar mientras un perro saltaba tratando de atrapar un palo que le lanzaba la mujer. El ruido de las olas al llegar a la playa, el rumor del puerto a lo lejos y el fragor del pueblo, que se despertaba a sus espaldas acantilado arriba, eran un sonido que la tranquilizaba. El olor salino del aire la hacia sentir bien y cerró los ojos para no pensar en nada más como no fuera el placer de estar viva en esa mañana de finales del verano en un pueblo a orillas del Cantábrico.

Tenía treinta años, dos hijos y un cuerpo espectacular. Pero, también, estaba él, el insoportable Gaizko, su marido, su primer amor, su gran desilusión. A Gaizko lo conoció en un viaje al Caribe hecho el último año de colegio con un par de amigas para celebrar el fin de curso. Gaizko era en ese entonces un joven delgado y apuesto, lleno de sorpresas que siempre la hacía reír y que la llevó una noche a una playa desierta llena de palmeras y con una luna llena donde ambos descubrieron que eran el uno para el otro. Al menos, eso había pensado ella en ese momento mágico de su vida, sin ponerse a pensar en todas las decepciones que luego vendrían.

Garaine, Garaine, oyó como la lejana voz la llamaba una y otra vez. La sacaba de la playa y la quería llevar a ese otro mundo donde no debía estar. Por favor, por favor, no, no quiero, empezó a chillar perdiendo el control sobre mí.
Tranquila, tranquila. Soy sólo yo, la hermana Trinitate. Has tenido una pesadilla. Eso es todo. Le decía la voz. Pero Garaine sabía que la voz era su pesadilla y no deseaba abrir los ojos y encontrarse de nuevo en el infierno. Trato de levantarse y correr por la playa hasta el mar para poder nadar hasta alejarse de allí. No pudo, la voz de la hermana Trinitate la mantenía aferrada a ese mundo que no era el suyo.

Quien es odiado sufre, pero vive. En cambio, quien odia se la pasa muriendo. Esa es su tragedia, esa es su derrota. Garaine tuvo un momento de serenidad y reflexionó. Se tranquilizó y se dejó arrullar en brazos de la hermana Trinitate. Quiero dormir de una vez para siempre. Descansar de mí. No volverme a despertar. Librarme de la vida o de esta muerte que estoy viviendo. Su respiración se calmó. Dormía.

La hermana Trinitate sonrió con tristeza. La acomodó en la cama. La miró por un momento y salió de la habitación.

Garaine duerme profundamente abandonada del mundo y de la cordura, más sola que nunca.

Gaizko se sienta al borde la cama donde duerme Garaine y le toma la mano y le habla dulce y suavemente al oído hasta que ella abre los ojos y sonríe. Has vuelto, Gaizko, mi Gaizko. Yo lo sabía, dice ella en medio del sueño. Gaizko la mira con ternura. Debes descansar. Vengo a decirte que sé lo que querías y que yo también quería. Sólo que no supiste pedirlo y no fuiste capaz de decirlo. Además las condiciones para ese amor eran imposibles de cumplir. No sólo yo fracasé, hubieran fracasado todos los que lo hubieran intentado. Ahora vuelve a tu sueño, mi Garaine.

No me dejes Gaizko. No quiero estar sola. Perdóname. No vuelvas a dejarme. Pero las paredes de la habitación están grises y nadie hay ya para oír el triste clamor de Garaine.

Garaine comienza a ascender las escalinatas que la conducen al pueblo desde la playa. Es la hora de almorzar. La natación, el sol y el mar le han abierto el apetito. Gaizko debe estar por llegar a casa. Los niños están en el colegio. Las calles se han llenado de vecinos que caminan sin afán. Unos al trabajo, otros de compras y otros para ver a los demás. Vida sencilla de un pueblo costero a finales del verano. Las gaviotas se han quedado en el mar buscando peces y el sol brilla con fuerza bajo un cielo azul sin nubes.

Al llegar a casa encuentra a Gaizko jugando con los niños y siente una profunda punzada de celos. Ella se casó con Gaizko para que él la adorara. ¿Qué hace con los niños? ¿No la ve, acaso? Acá está el hombre que ella ama distraído con sus hijos. Y no la ha mirado. Él se vuelve hacia Garaine y le sonríe. Te oí, pero jugar con estos chicos es una delicia, le dice. Ella le devuelve la sonrisa con esfuerzo y sigue hacia su cuarto disgustada. Gaizko siente como su ánimo decae. Otra vez lo mismo. El disgusto, el silencio, la rabieta. Garaine, espera, le grita, pero ella se hace la sorda. Es increíble que él no sepa cuán importante es para ella, piensa. Garaine cierra con fuerza la puerta tras de sí. Ahora no, Gaizko, ahora no. Debo castigarte para que comprendas que yo soy la única a quien tú puedes amar. Gaizko, tú eres mío. Él molesto se detiene ante la puerta y decide dejar las cosas así. Vuelve a jugar con los niños que lo esperan a la entrada de la casa. Todos ríen y juegan, disfrutan del momento, de ese ser de todos, menos Garaine que teje con furia el odio que la carcome y con el que se envuelve cuando siente el frío de los celos.

Te apareciste en la sala de golpe con la voz entrecortada, ahogada en ira, mirándome como una loca, sin reconocerme, odiándome con la mirada. Eran cerca de las dos de la mañana. Estaba abstraído en el computador. La sala estaba a media luz. Me gritaste que no entendías cómo podía yo vivir en tu casa, vivir de tu madre, sentarme en los muebles que una vez fueron de ella, que era un cobarde, que no tenía dignidad, que ya no podías vivir conmigo. Un relámpago de miedo me recorrió el cuerpo y se quedó en mi cuello, que quedó crispado. Sabía que en ese momento no podía llevarte la contraria, que tenía que aguantar el chaparrón de insultos, de amenazas, de humillaciones. Desde que murió, insistes en la idea de que yo la maté, de que la humillé, de que me aproveché de ella, de que la usé al vivir en su casa durante un tiempo. Pero yo no insulté a tu madre , ni hablé mal de ella. Estás confundida. Me da miedo pensar en que vas a tener esta pataleta delante de los niños. Me horroriza, me asusta cuando actúas como si no te controlarás y dices disparates que están en tu imaginación. No dejas de interpretar a tu acomodo mis actos y mis palabras. Me odias en ese momento. Odias no atreverte a vivir conmigo. No digas que no, por favor. Si yo ya me he ido de tu vida y, recuerdas, pusiste a llamar a los niños para que me preguntaran cuándo iba a volver. Acuérdate que fue después de el último viaje a las islas Cíes al cual no fui pues sabía que sería la causa para peleas entre tú y yo. Me dirías que no soportaba a tu madre y que sufrías porque no nos entendíamos. Me negué a ir. Quieres dominarme a tu antojo, que yo adivine el libreto que quisieras haber escrito para mí, pero que no existe, que intuyes y adaptas mientras la realidad sucede.

No me hables así, Gaizko. No lo merezco. Mira el mar. Es mi mundo. Te invito a nadar en él. Cállate, no digas más tonterías. Escúchame, te apuesto a que nado más rápido que tú hasta los arrecifes. Gaizko, ¿dónde estás? ¿Por qué no te veo? El mar está muy frío y es el verano. ¿Quién cuida a los niños? Hace mucho que no los veo, que no los oigo. Déjame sola. Quiero descansar.
Sabes que todavía te quiero.

Me dices que tienes la sartén por el mango mientras gritas fuera de sí que me vaya a la mierda. Deja de creerte lo que tu imaginación te dice. No es cierto, no soy tu enemigo. Ni mi intención es joderte. Mi deseo es llegar sano y salvo al día de mi muerte. Que tu furia no destruya a los niños. Mientras todo el odio que tienes acumulado en tu mente lo proyectes hacia mí, no importa tanto. Aunque te cuento que termino exhausto después de tus tormentas.

Una tormenta se aproxima. El mar está picado. Debo sumergirme entre las olas y nadar debajo de ellas para regresar a la playa. El cielo está de un gris amenazante. No me dejes sola. Piensa en nosotros. No puedo abrir los ojos. Tengo pánico. Me estoy ahogando. Tómame de la mano. No me gusta donde estoy.

Podrías imaginar que mis ataques de pánico tienen que ver con esas situaciones en que me pones a escoger entre un mal y otro, sabiendo que no voy a hacerlo, que no hago cosas equivocadas, si puedo evitarlo. Menos, dejar a mis hijos en manos tuyas. Eso sí que no.
Cada vez que estás furiosa me gritas que estoy loco, porque sufrí de ataques de pánico, porque tengo pesadillas y porque tú estás bien. No sabes acaso que los locos nunca creen que ellos están locos. Somos los cuerdos los que vamos al siquiatra cuando los locos con sus locuras nos tratan de enloquecer.

¿Por qué me dejaste abandonada en esta playa, Gaizko? Los dos habíamos hecho planes para ser felices juntos. Pero, miranos, estoy sola y no sé dónde estás tú.

Tú estás bien y yo estoy mal, aunque estás comportándote de una forma extraña y no pareces entender los hechos como son. Estás confundida, porque la vida no es la que quisieras. No sé qué es lo que deseas que sea tu vida. No te sientes bien siendo mayor, teniendo que enfrentar la realidad, ese pactar cada día con las cosas que no nos gustan, hacer lo que no queremos y tratar de llegar al sueño tan cansados para que la realidad de tu amargura no nos alcance. La vida nunca es lo que queremos.. Es lo que ella quiere.

Yo te quiero. Siempre quise ser adorada por ti. Eso era todo.

Trata de calmarte. Mañana será otro día. Duérmete. Tranquila que estaré acá cuando despiertes tenso esperando a ver si me atacas o me ignoras. Has recargado los argumentos que tienes para no ser feliz conmigo. Estarás serena mientras tengas suficientes argumentos para mortificarme. No puedes ser feliz con la vida que llevas. Eso excede tu imaginación. Mientras sientas que a alguien que conozcas le va bien, no podrás dormir. La envidia te mata. No deseas que nadie pueda estar bien, si tú no lo estás. Vives pendiente de lo que tienen los demás para poderte arruinar el día. Es tu deporte. Sobretodo, no entiendes por qué yo puedo seguir viviendo después de todo lo que me has hecho. La verdad es que yo tampoco me lo explico. Pero, así es. Me gusta la vida a pesar de ti. O quizás por eso, porque sé que más allá de ti ahí una vida que me espera. Quizás, por qué no, un poco de felicidad.

La respiración de Garaine se hace difícil. Está agitada y se revuelve en la cama. No quiere saber nada, que la dejen tranquila. Tiene que volver al mar. Necesita nadar. Sólo cuando el agua fría del mar la cubre y ella, brazada tras brazada, avanza hacia el horizonte se siente serena. Gaizko no me odies. No me casé contigo para que me trates así. No soy como tú dices. Voy a alejarme de la playa. Quiero llegar hasta las corrientes. Separarme del mundo. Dejarlo atrás. El mar es mi amigo. Me comprende. Soy libre. Los que quiero no me comprenden. Dicen cosas de mí que no son ciertas. Gaizko no me acuses de tus males. Yo soy buena. Tú lo sabes. Si me quieres, no me trates así. Cuán frío está el mar. Nadie me quiere. Debo seguir nadando.

Gaizko ha madrugado para ir al hospital a ver a Garaine. Sobre el pueblo no ha dejado de llover y el camino está resbaladizo. Debe conducir más despacio. Han pasado veinte años desde que Garaine decidió no volver de sus sueños. Vive en su propio mundo. Los médicos no encuentran cuál sea la causa física para ese alejamiento. El contacto con el mundo es esporádico y no tiene coherencia. A veces, le cuenta la hermana Trinitate, que se ve feliz y otras, que la tristeza la embarga. Mi amada Garaine, por quien daría la vida. A los cincuenta años se sigue viendo como un ángel entre las almohadas de su cama en el hospital o cuando sale con ella al jardín para asolearse, le nota el placer de los rayos del sol sobre su piel. Todos los días la visita y le cuenta sobre las cosas diarias del hogar: de cómo crecen los niños, del jardín que ella tanto cuidaba, de los nuevos libros que él escribe. Al final de la visita la toma de la mano, le acaricia su cara preciosa y la besa en la frente y le susurra al oído vuelve, mi dulce Garaine, todos te estamos esperando.

Garaine no para de nadar . Necesita nadar mar adentro. No regresar. En ese momento oye la voz de Gaizko que le susurra al oído que vuelva, que todos la esperan. Esa forma tierna que él tiene de decirle la emociona. Tiene que regresar, porque los niños la esperan y gira en el agua y mira la playa lejana y nada con vigor como cuando era aún una niña y en el verano nadaba bajo las olas hasta volver a la playa. Estoy feliz de tener treinta años y un cuerpo tan atlético así puedo realizar el esfuerzo diario de nadar de ida y vuelta de la vida a la muerte y regresar. Gaizko, te quiero aunque nunca te lo pueda decir. Aunque no lo sepas.

Mientras Gaizko aparca el coche frente al hospital, Garaine ha nadado de regreso a la playa y se seca con energía el cuerpo ansiosa por volver a casa.

sábado, 28 de mayo de 2011

Cartagena de Indias (Mis encuentros con Laura)




En un yate de  quince metros de eslora regresa Laura a mi vida. El yate atraca en el muelle del Club de Pesca de Cartagena de Indias, donde hemos quedado a cenar. El club está en el barrio de Manga en el fuerte de San Sebastián del Pastelillo, construido por los españoles en 1743 para defender la ciudad de los ataques piratas. Este sitio nos recuerda a los dos un viaje que hicimos hace mas de treinta años apenas nos habíamos graduado del colegio. Laura había viajado con sus padres a Cartagena para pasar vacaciones y yo llegué para visitar a papá, que estaba en puerto por un par de días. Nos encontramos por coincidencia en el Club comiendo y nos pusimos a charlar, caminamos cogidos del a mano por el centro de la ciudad y terminamos viendo el amanecer en la playa del hotel Caribe. Desde esa noche nos volvimos amigos para siempre. Más que amigos, diría yo, pues entre los dos hay una carga de deseo y sensualidad que es difícil resistirse. Vivimos entre que sí y que no. O, tal vez.
Laura está bronceada, los ojos verdes resaltan su mirada y su sonrisa es sólo para mí. Tiene los hombros dorados descubiertos y un vestido blanco de lino. Lleva alpargatas y una mochila wayuu. El pelo le llega hasta los hombros y puedo oler un perfume suave al acercarme a ella y abrazarla mientras le doy un beso en la mejilla. Estoy contenta de volver a verla, de sentirla entre mis brazos.

Nos sentamos en una mesa cerca a la muralla desde donde podemos observar la bahía y la silueta luminosa de los edificios al otro lado de la bahía. Pedimos ceviche. Nos fascina el ceviche, una manera de reconocernos y de decirnos sin hablar que nos queremos. En Bogotá íbamos a la Ochenta y Cinco a comer ceviche en una antigua caseta del bus municipal. El que atendía el lugar después de unos años hizo bastante plata con el negocio de ceviches. Después de comer allí, nos íbamos al Almirante a cine. Así que cuando nos volvemos a encontrar, si se puede comemos ceviche. Laura está preciosa. No puedo dejar de mirarla y le cojo la mano. Ella no la retira y anuda sus dedos a los míos. Sonreímos, suspiramos y miramos en el horizonte una bandada de cormoranes que regresan a sus nidos.

El grupo de músicos toca un bolero y Laura me saca a bailar. Con ella es una delicia bailar. Es suave como una pluma y su cuerpo intuye el mío y gira al ritmo del mío.
Soy ese vicio de tu piel, que ya no puedes desprender,
soy lo prohibido, soy esa fiebre de tu ser
que te domina sin querer, 
soy lo prohibido, soy esa noche de placer,
la de la entrega sin papel, soy tu castigo,
porque en tu falsa intimidad,
en cada abrazo que le das sueñas conmigo.

Bailamos muy juntos. Su cuerpo se pega al mío. Su cara se acomoda en mi hombro y enlaza sus brazos alrededor mío. Hundo mi cara en su pelo que huele delicioso. Giramos lentamente al ritmo de la música. En ese momento somos el universo entero. Sin darme cuenta y con una sinceridad que me sale del alma le digo – Cuando quieras lo dejo todo y me caso contigo-. Ella sólo se aprieta un poco más a mí y me susurra en el oído -Gracias, lo sé-.
Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor,
soy lo prohibido, soy la aventura que llegó para ayudarte
a continuar en tu camino, soy ese beso que se da
sin que se pueda comentar,
soy ese nombre que jamás fuera de aquí pronunciarás,
soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad,
soy lo prohibido.

Seguimos bailando sin decirnos nada. Cada uno en sus pensamientos. Disfrutando de la presencia del otro. Siendo el otro en brazos del amor. Porque lo que sentimos es amor. Llevamos toda una vida negándolo, pero es amor lo nuestro. Sé que los dos lo hemos sentido igual, que las palabras sobran, que el amor ha llegado para quedarse entre los dos.
Cuando termina la música me coge de la mano y nos dirigimos a la mesa donde un camarero impaciente pero cortés espera para poder traernos los platos que hemos pedido. Pero ninguno de los dos está pensando en comer. He roto un acuerdo tácito y he dicho las palabras que quizá los dos hemos sentido, pero que no debemos decir. Laura vive su libertad y yo tengo una familia desde hace tiempo. Laura es parte de mí y yo de ella. Ese es el acuerdo: encontrarnos de cuando en cuando y hacer de cuenta que el futuro y el resto del mundo no existe. Lo he quebrado en un momento de espontaneidad y le he dicho lo que sentía, lo que me gustaría hacer.
-Todo es posible- me dice sin soltarme la mano. Me mira directo a los ojos y el verde de su mirada me inunda. Soy suyo. 
-Aunque creo que tú y yo no serviríamos para el matrimonio- quiero contestarle, pero me pone la mano en la boca y le muerdo suavemente un dedo. -Déjame terminar. Sé lo que me estás diciendo. Es maravilloso y me halagas. Sabes que yo también te amo, que te amo con locura, que eres el hombre que más he querido en mi vida. Pero yo soy muy independiente y tú muy dependiente. No funcionaría. Después de la euforia ambos no sabríamos qué hacer con el otro. Deja que la felicidad sea lo que nos una y nos mantenga juntos a pesar de la distancia-. 

- Pero todo es posible- repite y me besa.

Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor,
soy lo prohibido, soy la aventura que llegó
para ayudarte a continuar en tu camino,
soy ese beso que se da sin que se pueda comentar,
soy ese nombre que jamás fuera de aquí pronunciarás,
soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad,
soy lo prohibido.

viernes, 27 de mayo de 2011

Un amor imposible



Nada mejor que en la mañana salir a caminar con Laura.

Desde que llegó a Bonn, el sol no ha dejado de brillar. El destino refuerza mis deseos no tan secretos. Laura es para mí ese sueño siempre por realizar. Es lo imposible al alcance de la mano. No sé si es amor, deseo o destino. En el año en que dejé de trotar, remplacé el duro ejercicio por uno más suave y contemplativo: caminar. Caminar me permite ir al ritmo de mis ideas y la posibilidad de dejarme influir por el paisaje y la gente que me rodea. Prefiero caminar por parques, a la orilla del río, o bosques en los que la naturaleza y la gente son los protagonistas. Cuando voy por la ciudad con sus ruidos y afanes lo vivo de otra manera. Mis pensamientos se concentran en lo cotidiano, en la política, en la forma en que los seres nos comunicamos en un bosque de construcciones y personas.
Siento que mis paseos por parques y junto al río son un estímulo para mí, mientras el andar ciudades refuerza mi concepto interior del nosotros. Este desandar territorios y rostros ajenos me nutre, me alivia, me hace ser parte del mundo, de ese nosotros que requiero para vivir, para estar, para ser.
Son las nueve de la mañana y el sol brilla. El cielo azul y el aire fresco y frío del otoño son un placer. Laura está espectacular en su ropa deportiva gris que resaltan sus ojos verdes. Tiene la piel muy blanca y el pelo castaño ondulado y le llega hasta los hombros. Caminamos hacia la Rheinaue que queda a dos cuadras del apartamento. El barrio está en silencio. Los jardineros se apuran en recoger las hojas que cubren las calles. De resto sólo se oye el canto de los pájaros que aún no han partido hacia el sur. Se dedican a cargar en sus picos pequeñas ramas y nueces. Una ardilla cruza frente a nosotros y se sube a un árbol. Se queda quieta y atenta. Las ardillas andan solas. Desde que vivo en Bonn jamás he visto al mismo tiempo dos ardillas. Pero sí he visto diferentes tipos de ardillas. La mayoría son de un color rojizo tendiendo a amarillo. Pero una tarde vi una con la cola negra y el cuerpo rojizo. Se dedican a recolectar nueces y a esconderlas bajo la tierra en diferentes lugares cercanos al nido que casi siempre está en un árbol. Me encantan las ardillas y, por lo visto a Laura también. Nos paramos a ver cómo la ardilla sube rauda hasta una rama cerca del cielo y se pierde detrás de las hojas doradas.
Laura me toma del brazo y recuesta su cabeza en mi hombro. Está contenta y yo de tenerla acá junto a mí. Seguimos abrazados caminando hasta llegar al campo de béisbol de la Rheinaue. Se detiene a mirar el paisaje y al fondo el edificio de la Post que sobresale sobre el horizonte de árboles. Se voltea a mirarme y me dice que este lugar le encanta, que qué suerte tengo de vivir acá y de tener la familia que tengo. Le sonrío y no digo nada. Estiro mi mano hacia la de ella. Nos tomamos de la mano. Seguimos caminando callados. Ella entrelaza sus dedos a los míos. Se que me quiere como yo a ella. Una ola de placer y calor invade mi cuerpo.
-Sabes que envidio tu vida- me dice sin mirarme.
Quedo desconcertado, porque siempre he pensado que la vida que lleva es la manera que ella escogió para ser. No veo bien qué puede ser tan genial en hacer cuentas todo el tiempo para llegar a fin de mes, de llevar una vida monótona y segura, de vivir solucionando pequeños problemas caseros, de sentarse el fin de semana a ver la tele, a salir de paseo en el carro a algún pueblo cercano y caminar siempre junto al Rin, comparado con la vida inagotable en experiencias de ella: desayuno en Manhattan con un pintor latinoamericano de moda, almuerzo en Londres con una baronesa, la tarde de compras en Milán con una millonaria argentina y en la noche un concierto con Yo Yo Ma en Viena. Ha tenido los tipos más bellos del universo y las joyas más increíbles. Ha conocido a cuanto personaje de este mundo ha tenido más de un cuarto de hora de fama. Yo a duras penas un día vi en Carulla de la 85 a Gloria Valencia de Castaño.
-Pues yo envidio la tuya- le respondo.
-Estoy hablando en serio- me dice molesta.
-No entiendo por qué- le respondo- tu vida me parece única y fascinante-.
-Y lo es- lo dice sonriendo de nuevo – pero no tengo un lugar al que llegar, nadie me espera en algún lugar, ni nadie se preocupa si llego a casa más tarde o no llego-.
Ahora caigo en cuenta de que Laura debe tener casi cincuenta años. Pero es que se ve tan bien que parece mucho más joven. Me pongo a pensar que el reloj vital empieza a mandarle mensajes de alerta y se debe estar sintiendo sola. La idea de que Laura sea vulnerable nunca me ha pasado por la mente. Ella es la seguridad, la felicidad, la certeza de que todo puede ser perfecto en este mundo. Quiere acaso hacer dudar el mundo feliz en que la tengo en mi mente. Estoy sorprendido. Laura siente como yo. No puede ser. En la Rheinaue estoy a punto de besar a Laura por dejarme ver en su alma. Y lo hago. La cojo entre mis brazos y la beso como siempre he querido besarla y ella me responde con la misma fuerza y pasión. Un beso que tiene que compensar tantos años de querer besarla y no atreverme.
Nos separamos y nos miramos. Ella me echa sus brazos sobre los hombros y se reclina sobre mí. Soy feliz. Huelo su perfume que es único, que es ella. Su cuerpo contra el mío es de pronto parte de mí. Siento tanto amor y placer que deseo que el tiempo se detenga o que no me despierte de este sueño.
-Siempre he querido besarte- me dice.
- Yo también- le digo casi en un susurro.
- ¿Por qué fue que no me casé contigo?- pregunta más que a mí a ella misma. Ambos sabemos que ella no quiso, que después de preguntarle no me respondió y me cerró la puerta en las narices. Al otro día tomó un avión y voló a Europa. No volví a saber de ella. Cuando mi esposa y yo vivíamos ya en Bogotá y estábamos esperando a mi hija, sonó el teléfono y me felicitó por el matrimonio y volvimos a ser los de siempre, aunque nunca tocamos el tema de su huida.
Me mira de nuevo, sonríe y dice: Somos débiles y frágiles y solitarios.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Laura y Murakami


Al mediodía el sol brilla sobre Bonn y el cielo permanece sin nubes. Un día esplendido de otoño. Giro por la Kennedyallee y entro a la Europastrasse. Las hojas de los árboles ya están pensando en el largo invierno que se avecina y están dedicadas a absorber toda la savia posible para dormir el frío que caerá sobre la ciudad. Hojas doradas, rojas, amarillas y naranjas caen girando en el aire a un suelo que se transforma en hogar de sus olvidos. Estaciono el carro frente a los edificios de apartamentos de la Amerikanische Siedlung, que fue construida en 1950 por los americanos para albergar a los miembros del gobierno enviados a Alemania. Los alemanes los renovaron y ahora viven extranjeros, sobretodo, funcionarios de las Naciones Unidas. Nuestro apartamento queda en el segundo piso y es grande y espacioso. Tiene ventanales que dan a los jardines llenos de árboles, flores y extensos prados. El barrio parece más bien un gran parque con casas grandes. Me encanta vivir acá.
Subo las escaleras de dos en dos. Casi que corro. Desde que llegó Laura mi ánimo está de fiesta. Y yo feliz, feliz. Laura ha regresado aunque sea por un par de días. ¡Qué delicia! Cuando salí de casa todavía dormía. Estaba con las cobijas hasta las orejas. Entré a mirarla y por un par de segundos sólo disfrute del placer de saber que está tan cerca de mí. La casa está sola a estas horas: mi esposa en el trabajo y mis hijos en la universidad. Abro con afán la puerta y entro al recibidor donde me quito los zapatos, dejo la chaqueta y el saco colgados en la percha. Todo está en silencio y el aire que entra por la puerta abierta del balcón deja correr el fresco olor de la naturaleza que se ha vestido de otoño por toda la casa. La puerta que lleva a los cuartos permanece cerrada. Será que Laura sigue dormida. Me dirijo a la biblioteca para dejar un par de libros que he comprado en la Librería para mis clases en la U. La Librería está especializada en literatura española y está ubicada en el centro de Bonn en la parte antigua donde en las noches se desarrolla la vida alternativa de la ciudad. Hay bares, discotecas, librerías de izquierda, estudios de tatuajes, almacenes que venden ropa hecha a mano, también hay zapaterías donde se puede uno mandar a hacer zapatos Budapest, clásicos de puro cuero hechos a la medida. El centro está habitado por estudiantes, viejos pensionistas y muchos turcos. Me gusta el ambiente que se vive en las calles de casas de finales del siglo XIX que se asoman curiosas sobre los pasantes que por acá no van afanados al trabajo o alguna cita, sino que caminan con calma y disfrutando del momento.
Me acerco y desde atrás del sillón de cuero sale una voz que pregunta ¿Eres tú? Qué fácil es hacerme feliz. Sólo es oír su voz y por mi sangre galopa la dicha desbordada. Hola, le contesto, pensé que seguías dormida. Voltea la silla y me mira con su sonrisa de siempre. Mis ojos se achinan de contento. Tiene un libro en la mano. No puedo dejar de notar que lleva un saco de cachemir color café suave y que deja entrever su pecho y unos jeans azules desgastados. Me pregunto cuánto habrán durado los trabajadores raspando la tela para darle ese aire de vejez descuidada pero, a la vez, una sensación de yo los uso porque para mí el dinero no tiene importancia. Tiene los pies descalzos. Me mira con ojos que dicen que sabe en qué estoy pensando. Frente a ella siempre noto que mi fuerza es igual a la suma de todas mis debilidades. Para ganar tiempo le pregunto que qué lee. Cierra el libro que tiene en las manos y me muestra la portada. IQ84. Se burla de mi cara de tonto sorprendido y me suelta en la cara con su voz dulce y seductora “Murakami” No puedo dejar de asociarlo con la palabra Kawasaki. Pero obvio estamos frente a un gran escritor que no he leído. Me mama leer, hacer, pensar y disfrutar de lo que en el momento está de moda. Esa sensación de no saber si sólo soy un borrego que sigue lo que está in o si de verdad es que me llega al alma, me impide hacer lo que todos hacen. No sé si es mi ego que no quiere dejar de ser el centro del mundo o una forma sensata de preservar mi individualidad. Haruki Murakami, repite, no me digas que no lo conoces. Tú sabes que no voy a cócteles le contestó para ganar tiempo y dominar mi desconcierto y vergüenza de ser pillado en ignorancia.
Pues este señor es lo máximo y tú que posas de culto deberías leerlo. Es puro humor y surreal a la vez. Además escribe sobre el amor, la soledad y el ansia de ser amado. Muchas novelas suyas tienen además temas y títulos referidos a una canción en particular, como Dance, Dance, Dance (de The Dells), Norwegian Wood (los Beatles), y South of the Border, West of the Sun (La primera parte es el título de una canción de Nat King Cole). Esta afición -la música- recorre toda su obra. Tonto mío, cuándo dejaras ese orgullo tuyo y disfrutaras de las cosas sin pensar tanto. Estoy colorado por dentro. Confuso como me pasa cuando me siento cogido in fraganti. La verdad es que no entiendo por qué soy como soy. Pero callo y la miro con una sonrisa que pide a gritos que me de una tregua.

martes, 24 de mayo de 2011

Bailando con Laura



Laura ha decidido quedarse un par de días más. Tiene el bronceado perfecto de su último viaje a Seychelles. Y yo no puedo dejar de mirar con cara de caimán hambriento su descote profundo. Se acerca a mí sonriendo mientras al fondo se oye la música de la Billos: “Y me viro , y me viro, Vironay, media vuelta a la izquierda...”Me invita a bailar ese merengue que bailábamos en las fiestas del colegio. Se aprieta contra mí, se mueve con sensualidad y mi cara se hunde en su cuello. El calor de los recuerdos me invade el cuerpo. Y me giro y me giro. Su pecho se aprieta contra el mío y sus piernas se enredan entre las mías. Y me viro, y me viro, Vironay. Me pregunta al oído: ¿recuerdas cómo nos gustaba este merengue?. Cómo no recordarlo si esa noche de mediados de julio poco antes de graduarnos por bailar con ella mi novia de entonces me dejó. Pongan atención, señores, lo que les voy a contar cómo nuestro merengue se debe bailar. En fin, que esa noche seguí bailando con Laura toda la fiesta y luego nos fuimos al Chiquito, detrás de la Clínica del Country a comer hamburguesas y tomar malteadas de fresa mientras nos besábamos, tocábamos y curioseábamos como nunca antes hubiera pensado que se pudiera hacer. Y me viro y me viro y me vuelvo a virar. Esos juegos eróticos en un Renault 6 no eran muy fáciles, pero hay que reconocer que la gana nos hizo muy creativos. Aunque amanecí al otro día con el cuello torcido y una sonrisa de oreja a oreja. El perfume de Laura es perfecto. Sólo se huele al acercarse a su cuello y te llega como una llamarada de deseo que te sube desde la ingle hasta la espalda y no quieres soltarla nunca. Laura sigue cantando un pasito adelante un pasito para atrás con su cara pegada a la mía. Ardo. Soy feliz. La Billos era la orquesta predilecta de los setenta. Puro merengue. La pareja un poco al lado dándole vista al galán. El tiempo se ha detenido en la sala del apartamento mientras la música gira alrededor de nosotros y el tiempo ha perdido su rumbo y nos mira sorprendido. Y me viro y me viro, Vironay. Nuestros cuerpos están fusionados en un sólo movimiento sensual y armónico. Our souls are blended in this eternity, me dice casi en un susurro mientras me besa el cuello. Se eriza mi piel y la imaginación. Es que Laura desde que dejo Colombia a comienzos de los ochenta vive de fiesta en fiesta y de rumba en rumba con esa generación light de seres perfectos, ricos e inteligentes que siempre está con un pie en el avión para volar al siguiente lugar donde el mundo es only for us. Pero ella, amiga coqueta y leal, cuando pasa por Francfurt, se sube al tren y en dos horas y media está tocando en la puerta de nuestro apartamento. Mi esposa hace mala cara y calla a duras penas. Presagio de posteriores peleas. Pero yo con cara seria dejo que en mis ojos las estrellas del deseo surquen el cielo de mis fantasías. Así que hace dos días Laura está de visita y hoy nos hemos quedado solos mientras mi esposa y mis hijos se fueron a Colonia a Peek & Cloppenburg de compras. Yo tenía que terminar un par de textos fue mi excusa para no ir, y Laura quería descansar de la trasnochada de anoche por la zona sur de Colonia donde los bares latinos abundan y se puede comer criollo, bailar y dejar por un momento esa sensación constante de ausencia que tiene el exilio. Un pasito pa lante, un pasito pa tras. La canción se repite y repite mientras nuestros cuerpos están tan pegados que puedo sentir su corazón acelerado. No puedo evitar besarle el cuello. Ríe y me dice necio, mire que usted es casado. Sigo dándole besos. Uno tras otro los besos se van quedando en su piel. Este es mi merengue, compadre. Damos vueltas por el cielo y por nuestros sueños. El apartamento es todo nuestro. Le digo sin pensar te quiero. Loco, mire que su esposa puede llegar en cualquier momento. Sólo río y giro con un poco más de fuerza para que ella se apriete más aún si se puede. La tarde con su luz roja de otoño aumenta nuestra sensibilidad. Pero Laura no sería Laura si en ese momento no me hubiera preguntado con toda inocencia ¿Cierto que eres honesto, no por ética o principios, sino por falta de oportunidad?

Foto de federico.relimpio

lunes, 23 de mayo de 2011

En brazos de Laura




Laura ha decidido quedarse un par de días más. Tiene el bronceado perfecto de su último viaje a Seychelles. Y yo no puedo dejar de mirar con cara de caimán hambriento su descote profundo. Se acerca a mí sonriendo mientras al fondo se oye la música de la Billos: “Y me viro , y me viro, Vironay, media vuelta a la izquierda...”Me invita a bailar ese merengue que bailábamos en las fiestas del colegio. Se aprieta contra mí, se mueve con sensualidad y mi cara se hunde en su cuello. El calor de los recuerdos me invade el cuerpo. Y me giro y me giro. Su pecho se aprieta contra el mío y sus piernas se enredan entre las mías. Y me viro, y me viro, Vironay. Me pregunta al oído: ¿recuerdas cómo nos gustaba este merengue?. Cómo no recordarlo si esa noche de mediados de julio poco antes de graduarnos por bailar con ella mi novia de entonces me dejó. Pongan atención, señores, lo que les voy a contar cómo nuestro merengue se debe bailar. En fin, que esa noche seguí bailando con Laura toda la fiesta y luego nos fuimos al Chiquito, detrás de la Clínica del Country a comer hamburguesas y tomar malteadas de fresa mientras nos besábamos, tocábamos y curioseábamos como nunca antes hubiera pensado que se pudiera hacer. Y me viro y me viro y me vuelvo a virar. Esos juegos eróticos en un Renault 6 no eran muy fáciles, pero hay que reconocer que la gana nos hizo muy creativos. Aunque amanecí al otro día con el cuello torcido y una sonrisa de oreja a oreja. El perfume de Laura es perfecto. Sólo se huele al acercarse a su cuello y te llega como una llamarada de deseo que te sube desde la ingle hasta la espalda y no quieres soltarla nunca. Laura sigue cantando un pasito adelante un pasito para atrás con su cara pegada a la mía. Ardo. Soy feliz. La Billos era la orquesta predilecta de los setenta. Puro merengue. La pareja un poco al lado dándole vista al galán. El tiempo se ha detenido en la sala del apartamento mientras la música gira alrededor de nosotros y el tiempo ha perdido su rumbo y nos mira sorprendido. Y me viro y me viro, Vironay. Nuestros cuerpos están fusionados en un sólo movimiento sensual y armónico. Our souls are blended in this eternity, me dice casi en un susurro mientras me besa el cuello. Se eriza mi piel y la imaginación. Es que Laura desde que dejo Colombia a comienzos de los ochenta vive de fiesta en fiesta y de rumba en rumba con esa generación light de seres perfectos, ricos e inteligentes que siempre está con un pie en el avión para volar al siguiente lugar donde el mundo es only for us. Pero ella, amiga coqueta y leal, cuando pasa por Francfurt, se sube al tren y en dos horas y media está tocando en la puerta del apartamento. Yo con cara seria dejo que en mis ojos las estrellas del deseo surquen el cielo de mis fantasías. Así que hace dos días Laura está de visita. Yo tenía que terminar un par de textos y Laura quería descansar de la trasnochada de anoche por la zona sur de Colonia donde los bares latinos abundan y se puede comer criollo, bailar y dejar por un momento esa sensación constante de ausencia que tiene el exilio. Un pasito pa lante, un pasito pa tras. La canción se repite y repite mientras nuestros cuerpos están tan pegados que puedo sentir su corazón acelerado. No puedo evitar besarle el cuello. Ríe y me dice necio. Sigo dándole besos. Uno tras otro los besos se van quedando en su piel. Este es mi merengue, compadre. Damos vueltas por el cielo y por nuestros sueños. El apartamento es todo nuestro. Le digo sin pensar te quiero. Loco, mire que de pronto me caso con usted. Sólo río y giro con un poco más de fuerza para que ella se apriete más aún si se puede. La tarde con su luz roja de otoño aumenta nuestra sensibilidad. Pero Laura no sería Laura si en ese momento no me hubiera preguntado con toda inocencia ¿Cierto que eres honesto, no por ética o principios, sino por falta de oportunidad?

sábado, 21 de mayo de 2011

Estambul II




Estambul con Laura es salir a desandar una ciudad que es la suma de todas las ciudades. Es tan rica, variada, interesante y soñadora que casi es un pecado dormir mientras se está en ella sólo por un par de días. En música, lo mejor es dejarse perder por los callejones de la zona de Taksim, en la parte oriental, donde todas las noches grupos en directo animan las noches. Con una mezcla entre la música tradicional turca y el pop y el rock. Estas espontáneas bandas callejeras son conocidas gracias a la película de Fatih Akin Cruzando el puente.
Así que Laura y yo cogidos de la mano, enamorados el uno del otro, de la vida y del instante hemos dejado que la noche desandara las calles que suben y bajan por Estambul para perdernos en nuestras emociones. Dejamos fluir el ambiente único y romántico de la ciudad en un otoño benigno que nos impregna de deseo y melancolía.
Laura y yo callamos para siempre la noche pasada. Pues qué podríamos decir sobre el paraíso que no se haya dicho ya. Soy feliz es lo que importa. No hay pasado ni futuro, sino un presente eterno al lado de Laura.
Nos sentamos en un café y pedimos raki. Uno frente al otro. Nos miramos y miramos. Nada más importa, salvo los dos. Memorizo la cara de Laura. Sus ojos verdes, grandes y burlones, su piel bronceada, su pelo suave y castaño, sus hombros que lleva destapados envueltos a la altura de los brazos por un chal de cachemire caramelo. Soy su adorador. Estoy entregado a ella. Creo que no hemos hablado casi nada. Hemos dejado que nuestros dedos se conozcan, que nuestras manos digan por nosotros lo que hemos callado tanto tiempo. Su perfume que sólo yo huelo, en el que caigo rendido de amor, me enloquece. Quisiera que este instante no terminara nunca.
Pero un grupo de músicos se acercan a nosotros y se paran enfrente y le cantan a Laura. A mí ni me ven. En realidad todos sólo la miramos. Una canción llena de sentimiento y melodía cantada por una voz sorprendente nos deja turbados.
Para volver a la realidad hablamos de cine. Porque el cine turco es de lo mejor que hay en este momento en las pantallas que no son dominadas por le circuito hollywoodense de consumo de imágenes.
Películas que tratan temas universales pero lo hacen desde un punto de vista estrictamente local. La autoridad paterna, la traición, el amor fou, el machismo, el dolor inherente a madurar o el desengaño están presentes en una obra que mira a Europa y al mismo tiempo a los maestros asiáticos, con Kiarostami como influencia ineludible. En apenas una década, el cine turco ha pasado de prácticamente no existir a tener una presencia destacada en los grandes festivales internacionales. Es el despertar de una generación que, como refleja la película Ara, de Umit Unal, creció en un país empobrecido y maduró en otro que aspira a entrar en la Unión Europea y avanza, con no pocas dificultades, hacia la modernidad. De momento, el cine turco ha conseguido lo que en muchos países del continente parece una quimera, ser el preferido por sus propios habitantes. Sin embargo, sus mejores directores se lamentan de que el público prefiera “comedias vacuas” al cine que está triunfando entre el público occidental más exquisito. No puede decirse que sea un mal local. Si en economía se habla de países emergentes; en cine, junto a Rumanía, Israel o Corea, Turquía forma hoy parte de ese selecto grupo de cinematografías que, tras años de penurias, están viviendo un renacer.
A medianoche nos levantamos y abrazados descendemos hacia el Bósforo, que en turco se dice "Bogaziçi" y significa estrecho. Laura recuesta su cabeza en mi pecho y puedo oler su pelo y sentirlo en mi cara.
Al llegar antes de despedirse me dice -La hemos pasado de película-.

viernes, 20 de mayo de 2011

Estambul



Estoy en Estambul. No me lo puedo creer: estoy en un apartamento con vista al Cuerno de Oro. Una ciudad magnífica está a mis pies. Al frente, en el Asia, las luces de la ciudad se alegran de mi presencia. Estoy del lado europeo en una noche fría y con el cielo despejado. He salido a la terraza que está llena de flores puestas con estudiado desdén por el piso y al borde de la baranda cuelgan enredaderas. No he podido evitar el deseo de respirar profundo, de sentir el aire mágico de la ciudad. Es un sueño. Yo, natural del altiplano cundiboyacense, estoy en uno de los sitios más bellos del mundo con Laura. Estoy feliz.
Laura es la mujer de las sorpresas. Anoche después de una llamada que recibió, se acercó a mí con esa sonrisa que siempre pone cuando está a punto de hacer una locura y me dijo: Tienes el pasaporte vigente, nos vamos para Estambul. No era pregunta, era una orden. Me quedé un segundo callado. Ella se rió, me cogió de las manos y me alzó. A mover la colita. Cuando ella habla suele mezclar textos de canciones bailables. Espera un momento, ¿es en serio?
Claro que es en serio, espera y le pido permiso a mi esposa. Sin esperar mi respuesta se fue al cuarto de mi esposa y al minuto salió diciendo: Tienes su permiso. Laura, Laura, ¿por qué me haces esto? me pregunto. Bueno, no me sorprendió, pues ella es así. Fui a hablar con mi esposa y me dijo que me fuera tranquilo. Te sirve para cambiar de aires, yo me encargo de todo en esta casa. Me miró, sin embargo, como quien ve a alguien que va a hacer algo prohibido. Últimamente me es cada vez más fácil escoger el placer al deber. No sé bien qué es esa necesidad imperiosa de vivir el momento o, tal vez, sí lo sé, pero me callo, porque así me va mejor. Así que sin decir nada me fui a alistar la maleta. Aún no sé qué vamos a hacer en Estambul. Regresamos el sábado en la mañana. Laura me ha dicho que ella se encarga de todo, que sólo aliste un par de cosas, un par de camisas blancas y una chaqueta. Sin corbata, ha insistido. Cuando ella dice que se va a encargar de todo es de todo. Así que sólo me preocupo por preparar las maletas y guardar el pasaporte.
Cuando llegamos al aeropuerto de Colonia no me había dicho en cuál aerolínea íbamos a volar. Al bajarnos del taxi en vez de entrar al edificio principal nos recogió un carro del aeropuerto y nos llevó directo a un hangar aledaño. Yo estaba mudo de la sorpresa y ella atenta a mis gestos. El carro nos dejó a las puertas de uno de esos jets privados que se ven en las películas de Hollywood.
Alcancé a pensar que era mamadera de gallo de Laura, pero no. Una azafata nos esperaba a la puerta. Nos pidió los pasaportes y nos invitó a pasar. Ella se encargó del papeleo burocrático. El avión por dentro estaba enchapado en madera y con sillas enormes de cuero. Había seis puestos. Pero los únicos viajeros éramos Laura y yo. Imagínense, yo que toda la vida he volado en butaca, de pronto estoy sentado con mi amiga Laura en un jet privado rumbo a Estambul. Hasta que despegamos no abrí mi boca de puro desconcierto y asombro. Esto de ser de clase media me quitó la voz. O mejor, no sé por qué me olvidé de que Laura es millonaria de esas de película. Ella me recuerda a Daisy Fay, la bella y adorable millonaria de Long Island, el personaje del Gran Gatsby de Scott Fitzgerald. En ese ámbito de competencia, frivolidad, locura, música de jazz, que ya llegaba para desplazar al shimmy y al fox-trot, Nick describe su llegada a la costa de Long Island y su encuentro con su prima Daisy —“resplandeciente como la plata, tranquila y orgullosa—casada con Tom Buchanan, robusto y pragmático ejemplar, representativo de ese ambiente rapaz, y allá arriba, en el blanco palacio, la hija del rey, la muchacha de oro”.
Debe ser por lo genial que es conmigo, por su forma tranquila y sencilla de aceptar que soy de otro mundo, el de las cuentas y los presupuestos mensuales, que no puedo resistirme a su seducción. La verdad es que estaba deslumbrado, como calentano en Bogotá, mejor dicho.
El vuelo duró cuatro horas en que estuve tratando de que Laura me contara qué íbamos a hacer en Estambul. Lo único que me dijo era que íbamos a la fiesta de un amigo. Durante el viaje me estuvo contando de su viaje a Seychelles con uno de sus ex. No sé por qué las mujeres piensan que me pueden contar sus confidencias emocionales. No me interesa saber de las mujeres que quiero nada de su vida amorosa anterior, paralela o futura. Cuando alguien me gusta sólo me interesa el nosotros. Lo que los dos somos en el momento. Ya sé que todos tenemos un antes, un durante y un después. Pero, por qué he de escuchar lo genial que son otros hombres, lo malos que son o lo mucho que las hacen sufrir. En esto son iguales ricas y pobres, nobles o plebeyas, feas o bonitas, viejas o jóvenes. Pero claro la buena educación de un bogotano no se pierde ni a diez mil metros de altura y la escuché con atención. Además ella tiene una manera de contar las cosas que me gusta. Así se pasó el tiempo. En el caos de emociones y deslumbramiento que se apoderó de mi mente sólo tomé agua y no probé unos pasabocas que se veían deliciosos.
Después de anunciarnos que aterrizábamos en el aeropuerto Sabiha Gökçen de Estambul, la azafata me informó que como colombiano tenía que tener visa para entrar a Turquía. Mi ánimo se vino al piso por un instante, pero ahí mismo agregó que me iban a dar un permiso especial por tres días para permanecer en la ciudad. El capitán del avión ya lo había arreglado con las autoridades turcas.¡Qué alivio! Mientras el papeleo esperamos en el avión. Laura aprovechó ese instante para cogerme la mano y decirme que me quería mucho. No pude evitar ponerme colorado. De la adolescencia me queda ese recuerdo emocional de ponerme colorado cuando alguien me dice cosas muy personales a quemarropa o me halagan. Ella se privó de la risa y me dijo con su humor: una coloreada vale más que mil palabras.

Continúa en Estambul II

miércoles, 18 de mayo de 2011

Pensamientos en el cementerio









Se puede asesinar a alguien sin siquiera tocarlo, sin hablarle, sin mirarlo, en el más absoluto silencio. Es posible y yo lo hice. Estoy acá parada frente a la tumba de mi marido viendo cabizbaja como lo entierran, como desaparece de una vez para siempre. Él pensó que yo no vencería. Se equivocó y ahora está pagando por ello. Pronto, en menos de una hora, estará tres metros bajo tierra inmensamente solo. Definitivamente muerto.

Quizás lo que lo llevó a morir a manos mías fue su insoportable optimismo, su deseo de ser feliz, de hacer que todos vivieran en armonía. No pude aguantar esa forma de vivir: pensando siempre que mañana todo sería mejor. Tenía que demostrarle que estaba equivocado, que así no se debe vivir. Esa no es una forma humana de vivir, es de ángeles. Y eso no podía ser, porque yo había vivido de otro modo. Hubiera sido el fin, el derrumbe de todas las justificaciones de mi vida. Cómo podría explicar, entonces, que el fracaso es cosa de uno mismo, o que uno puede ser feliz o, peor, hacer feliz a otros. No la vida que yo viví era una constante pelea por ser la mejor, por vencer a los otros, por tener razón a cualquier precio. En definitiva, ser superior. Ser invencible. Y así fue. Hoy él se queda acá en medio de las flores y los muertos y yo me voy a casa a seguir mi vida.

Se puede morir y seguir pensando. Estoy a punto de ser enterrado y veo a la mujer que me mató junto al hueco de mi tumba mientras espera tranquila que me cubran de tierra.

Hasta la soledad tenía miedo de quedarse contigo a solas. Le temíamos a tu furia, a tu tontería y a tu egoísmo. En fin, la vida con una psicópata no fue fácil. Hasta que me di cuenta de que lo eras, ya era tarde. Me estabas matando desde hacia tantos años como yo llevaba tratando de entenderte y de querer hacer una vida contigo. Pero los dos buscábamos en el otro algo diferente: tú, una victima para tu maldad, y yo, una mujer para compartir la vida. Llegamos por distintos caminos al otro y por diferentes rutas terminaríamos nuestra vida. Yo en el cementerio y tú persiguiendo la soledad que huía de ti.